Francis Millet

Francis Millet

viernes, 13 de septiembre de 2013

La catedral de Cuypers






La catedral de Cuypers *

 

La historia del Rijksmuseum de Amsterdam comienza a principios del siglo XIX cuando nace  la idea de construir un edificio para albergar las colecciones de pintura y otros objetos históricos y de arte, provenientes de diferentes instituciones estatales y que hasta entonces estaban alojadas en el Trippenhuis, un pequeño palacio del siglo XVII en Amsterdam.

 

La decisión final se toma por fin en 1876 después de muchas consultas e indecisiones. El proyecto se le adjudica al arquitecto holandés Pierre Cuypers, católico, nacido en 1827  en Roermond, provincia de Limburgo, aunque no todos estaban de acuerdo con esta elección. Considerado como el constructor y restaurador de iglesias, capillas y monasterios, su obra tenía una gran influencia del gótico francés. Había estudiado a fondo esta forma artística de construcción e incluso se atrevía a ponerla en práctica, y aunque su proyecto para el Rijksmuseum era en parte de estilo neogótico y aún más manierista, el resultado recibió muchas críticas por los defensores del protestantismo al hacerles recordar a una iglesia católica. Tampoco fue del gusto del rey Guillermo III de Orange, que lo consideró demasiado burgués y decidió que no pondría un pie en ese convento. Se negó a poner la primera piedra y a llevar a cabo la inauguración oficial.

 

Desde su construcción, el museo ha sufrido diversas transformaciones adaptadas a las necesidades y a los gustos y exigencias de los años, y aunque la fachada quedó intacta, el interior cambió considerablemente. A principios del siglo XX se abrió una nueva sala, dotada de una iluminación especial,  para instalar en ella el cuadro La ronda de noche, de Rembrandt. Más adelante se añadieron diversos pabellones, entre ellos el pabellón Philips que albergaba una colección de pinturas de la Escuela de la Haya. Poco a poco el museo va tomando otra fisionomia, los muros se encalan, los suelos se cubren, la distribución toma otra dirección. Tantos cambios y reformas hizo que se oyeran advertencias por el peligro que corrían el estilo y la armonía del edificio.

 

Muchos años después se recuerda esta sentencia cuando en el otoño del año 2000 se decide someter al museo a una nueva reforma. La orden que reciben los arquitectos es hacer desaparecer del edificio todo lo que se le ha ido añadiendo en tiempos anteriores, hasta que de nuevo resulte una unidad y se recupere el brillante inicio de Cuypers. Pero no ha sido fácil. Se concertaron planes para los trabajos de arquitectura y planes para la decoración, se desecharon y se volvieron a pensar. Se discutieron desacuerdos entre el museo y el ayuntamiento, se concedieron licencias, hubo retrasos, se adaptaron nuevas ideas, se solucionaron problemas. En resumen, resultó una operación de enormes dimensiones llevada a cabo por los directores del museo, Wim Pijbes y Taco Dibbits, los arquitectos españoles Cruz y Ortíz, el diseñador de interiores Jean Michel Wilmotte, y un ejército de titulados y personal del museo. Mientras tanto, el museo seguía recibiendo a quien quisiera visitar parte de su colección.

 

Finalmente, después de diez años de espera, el Rijksmuseum abrió oficialmente de nuevo sus puertas el 13 de abril pasado, y esta vez en su estado original. La diferencia con el viejo museo es enorme. La entrada es ahora amplia y luminosa. Ha desaparecido el laberinto de salas que le habían ido añadiendo y donde se ahogaban las colecciones expuestas. Han restaurado su decoración y abierto al exterior los patios interiores. Se han echado abajo todos los muros blancos. No se han escatimado gastos ni esfuerzos para recuperar el proyecto de Cuypers. Lo curioso es que ahora el Rijksmuseum está más cerca del siglo XIX que en estos años anteriores.

 

Visitar un museo como éste no es algo que se puede hacer en un día. Una ruta cronológica de un kilómetro y medio te lleva a lo largo de una rica y brillante colección de pinturas, imágenes, trajes y armaduras, grabados, muebles, alfombras, armas, cristal y vajilla, muebles y tapices, que casi había quedado en el olvido. De entre los ocho mil objetos de arte que se exponen, del millón que tiene el museo y que cubren ocho siglos de historia, es difícil saber por dónde empezar.

 

Para evitar la saturación tienes que hacer una elección, escoger un tema, una sala, un artista, incluso una sola obra. En este caso no tengo dudas, me decido por recorrer la galería de honor, el pasillo con columnas que me lleva a La Ronda de Noche de Rembrandt. Sin ella no podemos imaginarnos el Rijksmuseum, que en realidad fue proyectado especialmente para este cuadro, como si se tratara de una catedral donde La Ronda de Noche cuelga en el altar mayor al igual que una imagen de Cristo. Es la única obra que ha vuelto a ocupar su antiguo lugar, bajo la mirada atenta de las cariátides, cuatro bien formadas figuras femeninas.

 

Esto es solo el principio. Hay mucho más para ver hasta completar las ocho mil obras de la colección. Lo mejor es volver, el Rijksmuseum se merece más de una visita, sin aceleración y dedicándole el tiempo que se merece. Unicamente así se puede opinar si la renovación ha sido un suceso completo.

 
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