El hombre de Vitruvio (Leonardo da Vinci)
La palabra
ombligo me ha producido siempre desvelos y dudas, y un cierto temor ante el
resquicio abierto en mi piel. Palabra blanda de cicatriz mal cerrada que había
perdido su identidad, hasta que descubrí otras definiciones y volúmenes en su
entorno: fue piedra y mármol en manos de dioses, y punto de discordia para
precisar los cánones de una belleza ideal. Esto me ha hecho cómplice de la vida
desnuda que trazó Da Vinci, diseñador de la ideal armonía, y que convirtió al
ombligo en parte de esa razón críptica que rodea al hombre. Ahora hablar del
ombligo no es cosa que me lleva al éxtasis, pero ambos sabemos suficiente de
nuestros contrastes geométricos, de esa proporción numérica – la razón áurea –
para que sigamos intentando llegar al "número 10": él como el
perfecto centro de mis líneas, curvas, planos, alturas, y volúmenes, y yo la
cuadratura que encierra el más perfecto círculo. ¿Lo demás? ... lo demás es
solo eso: omnia vanitas.