Francis Millet

Francis Millet

domingo, 6 de septiembre de 2015

Buscando el secreto del Medievo

 
 



 

 

Tenían anunciado tormentas, fuertes lluvias, vientos huracanados y no sé cuantos desastres más, pero cuando salí de casa había promesas de verano en el cielo azul. Con temperaturas de casi 19 grados, no me sentía muy dispuesta a meterme en un museo y perderme un tiempo tan excepcional en Holanda en este recién estrenado mes de mayo. Pero la suerte estaba echada ya, y el tren que me llevaba a Utrecht llegaba a la estación. Me gusta esta ciudad, no es la primera vez que la visito. Con sus más de 330.000 habitantes, con la univerdad más grande del país, su colegios mayores, con un centro antiguo histórico, calles y canales, resulta muy interesante. Ideal para pasear en un día de luz que realza más el perfil de los edificios, los monumentos y las iglesias.

 

Sin embargo, en esta ocasión no iban a detenerme el ambiente de la ciudad ni el atractivo de su arquitectura. Un sentimiento de curiosidad me guiaba hasta el museo Catharijneconvent y su actual exposición, El secreto de la Edad Media en oro y seda. Con ella da a conocer el resultado de las investigaciones sobre la elaboración y los métodos de conservación y restauración de los paramentos sacerdotales, legado religioso. También nos hacen ver el trabajo conjunto e interdisciplinario entre los artistas del bordado, escultores y pintores.

 

Pocas veces pensamos en el textil como uno de los más valiosos patrimonios artísticos de la Baja Edad Media. Sin embargo, la vestimenta litúrgica puede considerarse una de las más ricas propiedades que poseen las iglesias y los conventos. Ese valor viene dado por el material empleado, los costes del trabajo y la calidad artística. El interior de la iglesia, considerada como la Casa de Dios, debía mostrar su grandeza, y lo más bonito no era suficientemente bueno, Deo optimo maximo. Muchas ciudades de entonces mostraban un aspecto grisáceo, enrarecido y en muchos lugares olía mal, contrastando con el interior de las iglesias y su olor a incienso, decoradas con cuadros, imágenes y pinturas murales e iluminadas por la luz que entraba por los vitrales y la de las centelleantes velas reflejadas en los ornamentos de plata. Los asistentes a los actos religiosos, en descoloridos atuendos, se sentían sin lugar a dudas impresionados por las especiales y coloridas vestiduras de los sacedotes, las sedas, los bordados y, no menos importante, el uso del latín que consideraban como algo secreto y misterioso. No me extraña que una visita a la iglesia, en aquel tiempo, fuera una experiencia impresionante. En la colección del museo se encuentran tres cuadros, tres representaciones de una misa gregoriana, que dan una imagen del ambiente, vestimenta y usos de la iglesia durante un servicio religioso. Este era un tema muy popular en la pintura a finales del siglo XV y principios del XVI.

 

El museo Catharijneconvent posee una de las más importantes colecciones del mundo de paramentos sacerdotales de la Baja Edad Media. Al contrario de lo que ocurrió con las imágenes, estas vestiduras religiosas pudieron salvarse de la destrucción durante el movimiento iconoclasta, sencillamente guardadas en casas de familias católicas. La mayoría de estos paramentos era de brocado en oro y terciopelo. Telas importadas de Italia y Asia, costosas por el material y por la técnica especial de tejido y el tiempo empleado, eran unicamente accesibles para los más ricos. Cuando estas telas llegaban a Los Países Bajos, se transformaban en vestiduras religiosas. Una vez preparadas se adornaban con franjas bordadas en seda e hilos de oro, cruces y escudos con escenas de la Biblia o de la vida de los santos. Según está detallado en algunos documentos, el diseño era hecho por pintores. Después de pasarlo a lino, llegaba a las manos del trabajador del bordado, una labor en general realizada por hombres, llamados también acupictores, pintores con aguja. Para darnos cuenta del inmenso y trabajoso esfuerzo podemos calcular el tiempo que necesitaban para terminar una de las piezas si sabemos que tardaban una semana completa para bordar una figura de unos diez por diez centímetros. Con el uso y el tiempo estas vestiduras religiosas se desgastan. Al ser telas muy valiosas, se reparaban y se modernizaban como en el caso de algunas capas que se cortaron de largo o se varió la forma. Algunos paramentos se deshacían para volver a unirlos después. A veces puede ser difícil conocer como era la pieza en su estado original.

 
El museo ha adaptado la luz en las salas para proteger lo delicado de las telas y los bordados, y aunque se puede observar con bastante facilidad hasta el más pequeño detalle, es algo que exige mucha dedicación y tiempo. Necesité unas tres horas para darle toda la atención a cada pieza de la exposición, capas pluviales, casullas, dálmatas, franjas, fragmentos de telas bordadas, diversos objetos y también algunos cuadros relacionados con el tema. Viendo todo esto siento admiración por aquellos anónimos artesanos que crearon un arte tan bello, algo único que ha estado oculto y que ahora he tenido la posibilidad de ver.

viernes, 22 de mayo de 2015

El arte fuente de sorpresas






 

 

En el arte, como en el amor, tiene que existir atracción para que surjan los sentimientos. El artista con sus obras quiere conseguir un lenguaje con el que atraer al público y transmitir emociones. Todo trabajo es un diálogo que se inspira en la relación del hombre con el mundo y los objetos que le rodean. Pero el arte no se deja imponer reglas ni condiciones, es independiente, atrevido, y en muchas ocasiones acostumbra a sorprendernos con elementos inesperados que hacen más complicada la interpretación. En el arte todo tiene un motivo, todo tiene un significado, aunque sea difícil y complicado de entender.

 

Uno de estos artistas es el valenciano Nacho Carbonell, que investiga esa relación que el hombre tiene con los objetos y cosas. La inspiración es el hilo conductor en su obra. Este jóven diseñador expone estos días en el museo de Groningen, Holanda. Llama la atención  los materiales que emplea y el carácter experimental que presentan sus composiciones entre la ficción y la fantasía. No puedo decir que sean objetos bellos lo que veo, pero sí sorprendentes e incluso desconcertantes. Carbonell dice que le gusta ver los objetos como organismos vivos, que se comuniquen con el público y se salgan de lo cotidiano y de lo corriente. Esto último es la verdad de su obra, piezas que son únicas, con una propia identidad. Poseen también un lenguaje, pero su sistema de comunicación tiene unas reglas que no consigo descifrar de momento. Esto no es algo primordial y me dejo llevar por el asombro y la sorpresa. Sus atrevidas formas se adaptan perfectamente a las amplias salas del museo, a las que dan razón de estar. Algunos de estos objetos son verdaderamente, como dice el artista, organismos vivos en plena experimentación. Tienen movimiento, se crecen y se modifican dando vida a nuevas formas.

 
En la obra de este valenciano destaca también el reciclaje. Papel, plástico, tierra, hojas, son algunos de los materiales con lo que crea su colección. No hay límites en ellos, ni tampoco en sus diseños. La imaginación del artista es fértil y atrevida. Una de las obras expuestas, dos sillas unidas a lo que representa el árbol del que recibieron la vida, te enfrenta a su mundo y a sus ideas, su manera de ver el arte. No hay que buscar el sentido práctico del objeto, sino el mensaje y su significado. Para conseguir este estilo de crear Carbonell trabaja inspirado por el mundo de la naturaleza y los materiales. Pero no queda sólo ahí, pues los muebles son objetos vivos que crecen, se alargan y se extienden, y siguen dando vida a otros más. Lo observamos también en otra de sus creaciones, un gran saco, una especie de puf, al que van unidas con unos tubos de goma, unas figuras de animales inflables en reposo. Por el peso de quien se sienta en él y hacer presión, se impulsa aire a través de los tubos y las figuras se enderezan como si se despertaran. Es algo que te sorprende y al mismo tiempo te hace enmudecer. Otras piezas tienen la imagen de troncos huecos de árboles, que yo interpreto como nidos, un refugio, rincones interiores con un punto de luz. Este sorprendente artista experimenta siempre más allá de los límites fijados, en busca de esa libertad de expresión que para él es lo más importante. La exposición da a conocer como alguien que comparte su mundo personal, sus sueños, entregado al trabajo y fiel a sus ideas. Pero así es el arte, excelente, peculiar, curioso, extraño, sin reglas y hasta chocante, te puede gustar o sentirlo lejos, pero siempre llevará un mensaje, inspirará curiosidad y transmitirá emociones, aunque no siempre podamos entender su lenguaje.
 

lunes, 16 de marzo de 2015

No todos los veranos son iguales




http://alenarterevista.net/
 

 

Nada hacía presagiar al comienzo del verano que éste iba a dejarnos una serie de imágenes que quedarán imborrables en nuestra memoria. Ya con la pérdida del mundial en Brasil nos despertamos de un sueño que arrastrábamos durante cuatro años, y aunque el Tour de Francia nos dio un pequeño respiro, nos tuvimos que conformar con el cuarto puesto para Alejandro Valverde. Esto fue el comienzo de una larga lista, a la que se le añadió la tragedia del avión MH-117 de Malaysia Airlines, los muertos y desplazados en Ucrania,  la violencia en la franja de Gaza, los bombardeos en Iraq, las víctimas que dejan sus vidas en el mar persiguiendo sus sueños, sin olvidar a la epidemia que amenaza desde Africa occidental y que ya tantas vidas se ha llevado. Ha sido un verano que nos atrapó en una espiral de luces y sombras.

 

Con la llegada de septiembre nos asomamos a la magia del otoño, y con el cambio de las horas crece el anhelo de nuevas imágenes positivas que rompan con las polémicas agresivas de la actualidad. Decía el poeta francés Stéphane Mallarmé, que todo en el mundo existe para desembocar en un libro. Deberíamos buscar en ellos, en los  libros y en el arte en general, un lenguaje diferente, solidario y constructivo, preludio de diálogos de inteligente interpretación. No solo la literatura, también la música y la pintura transmiten emociones y generan diálogos entre las distintas culturas. Leer un libro, asistir a un concierto o visitar un museo se convierte de esta manera en una aventura en la que cada letra, cada melodía, cada objeto de arte hablará su propio idioma y tendrá también su historia. Esto nos hará formar parte de una relación que deseamos sea diversa y respetuosa, tolerante con cada una de nuestras vivencias, que acepte nuestras emociones ante lo que cada uno de nosotros consideramos nuestro ideal. Todo esto lo puede hacer el arte que, como medio de comunicación entre los hombres, rectificará esas imágenes de hostilidad y lágrimas que nos acompañaron este verano.

 

Desde esta perspectiva me sentía animada cuando visité en La Haya el museo Mauritshuis, considerado uno de los más bonitos del mundo. Este edificio, construido entre los años 1633 y 1644, fue la residencia de Johan Maurits van Nassau, gobernador general de los territorios holandeses en Brasil. Desde 1822 acoge una colección de pinturas de unos 800 cuadros de los más famosos pintores del Siglo de Oro holandés. El museo tiene un carácter íntimo y conservador que no ha perdido su identidad durante los dos años que estuvo cerrado por reformas. El cambio no ha sido tan radical como puede pensarse. El edificio sigue manteniendo un estilo aristocrático y elegante, merecedor de ser llamado palacio de azúcar, nombre que le dieron en el siglo XVII al ser considerado demasiado caro y grande para ser una vivienda familiar. Lo más llamativo de las obras es su entrada que nos recuerda, en una forma más discreta, a la del museo Louvre en París, y un llamativo ascensor completamente de cristal, instalado en el vestíbulo e integrado en la decoración del museo. Las obras de ampliación se han realizado de forma subterránea, uniendo el museo con el edificio situado al otro lado de la calle. De esta forma gana el doble de su superficie original.

 

Mientras duraban los trabajos, la colección del museo ha estado alojada en otras direcciones, y algunas de las pinturas han hecho largos viajes. Una de ellas, La jóven de la perla, de Vermeer, ha sido una gran viajera que ha llegado hasta Estados Unidos y Japón. Este afán aventurero le han dado popularidad. No siempre ha sido así. Hasta el siglo XIX, Vermeer, no tuvo la admiración que alcanzó después. Este cuadro, más pequeño de lo que yo suponía, no tenía muchos admiradores cuando lo visité por primera vez. Me atrajo el misterio que rodea su figura, el no saber su identidad, la mirada que tampoco descubre nada, y sobre todo, la maravillosa técnica del pintor. Entonces pude acercarme hasta el mismo cuadro tanto como me pareció. La fama de hoy la hace más distante. Está rodeada de una balustrada de madera que mantiene al que la visita a distancia. Pero no fue ella, ni las nuevas medidas de protección impuestas a un público impaciente por verla, lo que hizo que no me detuviera, sino esa aglomeración de tantos interesados, armados de toda clase de aparatos fotográficos, como una masa de admiradores a la caza de un autógrafo de su artista preferida. Lo dejé por imposible hasta otra nueva ocasión.

 

Hay en el museo otro tesoro al que le han dado un lugar preferente. En uno de los muros tapizados de seda cuelga un cuadrito de un pequeño jilguero, sujeto con una fina cadena a un pedestal o comedero. La contemplación de este inocente pajarillo te emociona y puedes entender la tristeza que ves en sus ojos por su cautiverio. Es el jilguero de Carel Fabritius, pintor holandés nacido en 1622. Murió muy jóven, en 1654, en una explosión de pólvora en Delft. En ese accidente se perdieron muchas de sus obras. El jilguero atado, como también se conoce a este cuadro, está pintado con ternura. Tampoco era un cuadro muy visitado, que colgaba con discreta humildad entre las muestras de los grandes pintores del Siglo de Oro holandés. Todo cambió con la publicación del libro de Donna Tartt, escritora americana, a la que el cuadro le sirvió de inspiración. Sin embargo, esta tarde durante mi visita, parecía como olvidado de todos, entusiasmados por el regreso de la chica de Vermeer. Una oportunidad que aproveché para volver a ver este precioso óleo, sin que en este caso encontrara impedimentos para acercarme a él.

 

Muchos se preguntarán qué tiene este pajarillo para atraer de esta manera la atención. Este es uno de los últimos trabajos del pintor antes de perder la vida. Desde que se traslada a Delft su estilo cambia progresivamente dejando atrás los oscuros pinceles de Rembrandt y acercándose a la luz de Vermeer. Esta pequeña obra, óleo sobre madera,  destaca por su fondo luminoso, los colores y la viveza de los trazos que parecen dar vida al pajarito. El cuadro es una muestra excelente de un ilusionismo expresivo que nos hace creer que el jilguero está realmente delante del cuadro. Es lo que se conoce como trampantojo.

 
Después sigo mi camino por el museo entre el clasicismo y su condición aristocrática de palacio del siglo XVI, y el mágico preludio de la reposada serenidad de la colección expuesta en la nueva luz de las arañas de cristal de Murano. Cuadros de Rembrandt, Ruisdael, Hals, Vermeer, Van Dyck, Holbein, Rubens, Potter, se presentan con honestidad, cercanos en su  escala de valores y respetando nombres y géneros. Cuando el día acaba y el rumor del público desaparece, me imagino como lo estático y eterno del museo despierta a la vida. Allí, enfrentada a lo eterno e inmutable del arte encuentro la paz y la comprensión que carecemos.

Agosto, 2014