Francis Millet

Francis Millet

jueves, 1 de mayo de 2014

La ruta de la seda



 

Esforzarse, buscar, encontrar y no ceder.

Alfred Tennyson

 

Me gustan los libros de viaje, con preferencia los viajes de exploración en los siglos XVIII y XIX, que describen las historias de intrépidos viajeros a tierras lejanas, peligrosas rutas y si son desconocidas, mejor. Me interesan los relatos personales, los diarios y notas del día a día con los detalles de los caminos y sendas, encuentros y demás aspectos de los lugares que recorren. Hay una extensa literatura que describe ese afán impulsivo que ha llevado a hombres y mujeres a dejar atrás casa y familia y a exponer sus vidas pasando toda clase de penalidades. Mis preferencias por este género nació en mis años escolares junto con el amor a la lectura y el descubrimiento de Julio Verne. Libros como Viaje al centro de la tierra, La vuelta al mundo en ochenta días y Veinte mil leguas de viaje submarino, entre otros, me abrieron las puertas a un mundo de viajes y aventuras fantásticas, en parte con cierto carácter romántico, en mundos conocidos y desconocidos. Más tarde descubrí la literatura dedicada a la Antártica y a las expediciones a los polos geográficos, con personajes tan nombrados como Roald Amundsen y Rober Falcon Scott y otros libros sobre las arriesgadas azañas de escaladores que persisten en subir a las cumbres de las montañas más altas a pesar de saber que el peligro estará siempre aguardándoles allá arriba. Para todo hay una ruta y para cada persona un destino.

 

Mi destino de hoy es el museo Hermitage en Amsterdam para seguir allí la ruta trazada por el museo que me llevará, al igual que a aquellas caravanas de siglos pasados, a recorrer zonas inhóspitas, a cruzar montañas, oasis fértiles, grandes ciudades y pueblos con nombres casi impronunciables y a visitar monasterios. Todo esto se hace posible gracias a la exposición que hasta septiembre estará abierta al público. La colección, tesoros del museo Hermitage en San Petersburgo, de unos 250 objetos, proviene de trece excavaciones efectuadas en diferentes lugares de la ruta de la seda, que se extendía desde China hasta el mar Mediterráneo y que expedicionarios rusos descubrieron en los siglos XIX y XX. La ruta era en realidad una red de caminos donde existía un intenso intercambio comercial, también de culturas, religiones e ideas. Miles de camellos, caballos y bueyes transportaban toda clase de mercancías, como cristal, oro, plata, cerámica, piedras preciosas, pieles, y por supuesto seda. De ella, la seda, recibió la ruta su nombre.

 
Fue casi a finales del siglo XIX cuando las expediciones de Inglaterra, Japón, Alemania y Rusia descubrieron las grandes ciudades, monasterios, grutas, que habían permanecido hasta entonces ocultas bajo tierra en toda la zona a lo largo de la ruta. Además de lo arquitectónico que estaba sepultado se han encontrado también esculturas, imágenes, joyas y pinturas de un gran valor artístico. Entre las pinturas murales se expone una de aproximadamente nueve metros de largo, que está considerada como la joya de la exposición, que representa a uno de sus dioses luchando con animales salvajes. Esta pintura de 1300 años de antigüedad, proviene del palacio real en Varakhsha, hoy día Uzbekistán. Es la primera vez que sale del museo en San Petersburgo, y podrá ser admirada durante seis meses en Amsterdam. Sin embargo, uno de los objetos que yo destacaría es un kaftán en seda, forrado de piel de ardilla, que con unos 1200 años de existencia parece haber salido recientemente de las manos de los tejedores. Por supuesto no está permitido fotografiarlo, tampoco el resto de lo que se encuentra en las salas, pero puedo apreciar aún la intensidad y brillo del tejido, su calidad y textura. Esta es una de las piezas que parece tener vida propia.

 






La exposición tiene en primer lugar un fuerte carácter arqueológico. Gracias a las excavaciones resurgieron ciudades perdidas con nombres tan exóticos como Xian, Lanzhou, llamada ciudad dorada, Dunhuang, Kashgar, un oasis con la mezquita más grande de China, Samarcanda, Patrimonio de la humanidad, y otras que, con nombre más familiar, se nos hacen mas cercanas como Ankara o Estambul, la antigua Constantinopla.

 

Muchos son los que han viajado por la ruta de la seda, pero el que más me ha fascinado con sus relatos sobre todo lo visto ha sido Marco Polo. En realidad, me ha faltado su presencia en esta exposición o por lo menos la constancia de su nombre unido a la ruta. Entre mis cuentos infantiles que conservo está una pequeña edición, algo manoseada, que cuenta la historia de un niño, Marco Polo, que acompañó a sus tíos a China cuando tenía 15 años de edad. Allí estuvieron 20 años. A su regreso, ya siendo un hombre, se encontró en medio de una guerra entre Génova y Venecia donde fue hecho prisionero. Durante su estancia en la cárcel dictó sus memorias a su compañero de celda, Rustichello de Pisa. Las aventuras que contaba parecían tener más de magia y de ficción que algo verdaderamente histórico, pero el libro se convirtió en un éxito a pesar de no existir aún la imprenta en Europa. Mi libro, una edición para niños, sencilla, pero que fue la llave que me descubrió, junto con Julio Verne, un mundo increible de aventuras posibles aunque no todo lo que contara fuera verdad.







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