La catedral de Cuypers *
La historia del Rijksmuseum de Amsterdam comienza a principios del
siglo XIX cuando nace la idea de
construir un edificio para albergar las colecciones de pintura y otros objetos
históricos y de arte, provenientes de diferentes instituciones estatales y que
hasta entonces estaban alojadas en el Trippenhuis, un pequeño palacio
del siglo XVII en Amsterdam.
La decisión final se toma por fin en 1876 después de muchas consultas e
indecisiones. El proyecto se le adjudica al arquitecto holandés Pierre Cuypers,
católico, nacido en 1827 en Roermond,
provincia de Limburgo, aunque no todos estaban de acuerdo con esta elección.
Considerado como el constructor y restaurador de iglesias, capillas y monasterios,
su obra tenía una gran influencia del gótico francés. Había estudiado a fondo
esta forma artística de construcción e incluso se atrevía a ponerla en
práctica, y aunque su proyecto para el Rijksmuseum era en parte de estilo
neogótico y aún más manierista, el resultado recibió muchas críticas por los
defensores del protestantismo al hacerles recordar a una iglesia católica.
Tampoco fue del gusto del rey Guillermo III de Orange, que lo consideró
demasiado burgués y decidió que no pondría un pie en ese convento. Se
negó a poner la primera piedra y a llevar a cabo la inauguración oficial.
Desde su construcción, el museo ha sufrido diversas transformaciones
adaptadas a las necesidades y a los gustos y exigencias de los años, y aunque
la fachada quedó intacta, el interior cambió considerablemente. A principios
del siglo XX se abrió una nueva sala, dotada de una iluminación especial, para instalar en ella el cuadro La ronda
de noche, de Rembrandt. Más adelante se añadieron diversos pabellones,
entre ellos el pabellón Philips que albergaba una colección de pinturas de la
Escuela de la Haya. Poco a poco el museo va tomando otra fisionomia, los muros
se encalan, los suelos se cubren, la distribución toma otra dirección. Tantos
cambios y reformas hizo que se oyeran advertencias por el peligro que corrían
el estilo y la armonía del edificio.
Muchos años después se recuerda esta sentencia cuando en el otoño del año
2000 se decide someter al museo a una nueva reforma. La orden que reciben los
arquitectos es hacer desaparecer del edificio todo lo que se le ha ido
añadiendo en tiempos anteriores, hasta que de nuevo resulte una unidad y se
recupere el brillante inicio de Cuypers. Pero no ha sido fácil. Se concertaron
planes para los trabajos de arquitectura y planes para la decoración, se
desecharon y se volvieron a pensar. Se discutieron desacuerdos entre el museo y
el ayuntamiento, se concedieron licencias, hubo retrasos, se adaptaron nuevas
ideas, se solucionaron problemas. En resumen, resultó una operación de enormes
dimensiones llevada a cabo por los directores del museo, Wim Pijbes y Taco
Dibbits, los arquitectos españoles Cruz y Ortíz, el diseñador de interiores
Jean Michel Wilmotte, y un ejército de titulados y personal del museo. Mientras
tanto, el museo seguía recibiendo a quien quisiera visitar parte de su
colección.
Finalmente, después de diez años de espera, el Rijksmuseum abrió
oficialmente de nuevo sus puertas el 13 de abril pasado, y esta vez en su
estado original. La diferencia con el viejo museo es enorme. La entrada
es ahora amplia y luminosa. Ha desaparecido el laberinto de salas que le habían
ido añadiendo y donde se ahogaban las colecciones expuestas. Han restaurado su
decoración y abierto al exterior los patios interiores. Se han echado abajo
todos los muros blancos. No se han escatimado gastos ni esfuerzos para
recuperar el proyecto de Cuypers. Lo curioso es que ahora el Rijksmuseum está
más cerca del siglo XIX que en estos años anteriores.
Visitar un museo como éste no es algo que se puede hacer en un día. Una
ruta cronológica de un kilómetro y medio te lleva a lo largo de una rica y
brillante colección de pinturas, imágenes, trajes y armaduras, grabados,
muebles, alfombras, armas, cristal y vajilla, muebles y tapices, que casi había
quedado en el olvido. De entre los ocho mil objetos de arte que se exponen, del
millón que tiene el museo y que cubren ocho siglos de historia, es difícil
saber por dónde empezar.
Para evitar la saturación tienes que hacer una elección, escoger un tema,
una sala, un artista, incluso una sola obra. En este caso no tengo dudas, me
decido por recorrer la galería de honor, el pasillo con columnas que me lleva a
La Ronda de Noche de Rembrandt. Sin ella no podemos imaginarnos el Rijksmuseum,
que en realidad fue proyectado especialmente para este cuadro, como si se tratara
de una catedral donde La Ronda de Noche cuelga en el altar mayor al igual que
una imagen de Cristo. Es la única obra que ha vuelto a ocupar su antiguo lugar,
bajo la mirada atenta de las cariátides, cuatro bien formadas figuras
femeninas.
Esto es solo el principio. Hay mucho más para ver hasta completar las ocho
mil obras de la colección. Lo mejor es volver, el Rijksmuseum se merece más de
una visita, sin aceleración y dedicándole el tiempo que se merece. Unicamente
así se puede opinar si la renovación ha sido un suceso completo.