Todos los años se celebra en Alkmaar la victoria ganada a los españoles. El
asedio a esta ciudad holandesa en 1573, como castigo a sus preferencias por
Guillermo de Orange, duró siete semanas y fue el comienzo del declive del
temido duque de Alba. Don Fadrique, hijo del duque, recibió el encargo
de terminar con los rebeldes. Rodeados por soldados de los Tercios de Flandes,
a los habitantes de Alkmaar no les quedaba otra salida que morir de hambre o de
alguna bala de cañón. Pero los españoles no habían contado con el coraje de los
holandeses, hombres, mujeres y niños, que se defendieron con cualquier medio
que tenían a su alcance, piedras, palos, agua hirviendo y antorchas.
Finalmente, y como esto parecía que no daba los resultados apetecidos,
rompieron los diques que rodeaban la ciudad. El agua corrió sin límites que la
sujetaran, dejando un mar de barro y lodo donde quedó atrapado todo el ejército
español. La única salida para Don Fadrique fue la retirada, cosa por la que
Felipe II no le quedó agradecido. Existe un cuadro de autor desconocido con una
vista del asedio a la ciudad.
Al fondo, Alkmaar, la ciudad sitiada. En primera linea el campamento de
los españoles. En una de las tiendas del ejército, unas mesas dispuestas
lujosamente para un almuerzo, con manteles, vajillas y cubiertos. Con toda
seguridad los altos cargos no pasaban hambre. Aquí la historia se hizo camino
para llevarme al arte.Hoy en Alkmaar apenas veo huellas de aquella batalla, excepto una bala de cañón de unos 20 kilos de peso, disparada por los Tercios, y que quedó incrustada en la fachada de una casa, muros con señales de ataques, alguna que otra torre, arcos y puertas de entrada a la ciudad, que en su tiempo fueron reconstruidos. Sin embargo, yo no vengo buscando esa cara de la historia. La ciudad tiene otros atractivos que la hacen interesante, como son los viejos canales, edificios e iglesias, patios y jardines interiores, cafeterías, restaurantes y tiendas, sin olvidar que Alkmaar es conocida por su mercado de quesos con más de cuatro siglos de tradición. Además, yo tengo también una cita en el museo municipal de la ciudad con Jacob Cornelisz van Oostsanen
Mi interés en este artista comienza hace algunos años, en una de mis
visitas al Museo del Prado, en Madrid. En una de sus salas me encontré ante uno
de sus cuadros, un retrato que se supone muestra a la reina Isabel de
Dinamarca, del pintor Jacob Cornelisz van Oostsanen. Siento predilección por
este género pictórico y no es extraño que le dedicara mi atención. La pintura
data aproximadamente del año 1524, pero la fecha e incluso el nombre de la
retratada han sido motivo de divergencia. Lo interesante de este género es que,
en cierto modo, es una fuente de información tanto en el aspecto familiar y
cultural como en el histórico. Del retrato de la joven reina me atrajo el
aspecto de despego y desinterés que me pareció apreciar en su mirada. Nada más
natural que buscar otros caminos que me llevaran a saber más de ella. Isabel
había nacido en Bruselas y era la tercera hija de Felipe el Hermoso y Juana la
Loca. Desde antes de cumplir sus dos años ya se vio separada de sus padres que
se marcharon a España. La infanta española creció en los Países Bajos y nunca
fue feliz. Nació para ser un instrumento en la política matrimonial de la
época. La casaron antes de los 14 años con el rey de Dinamarca, tuvo tres hijos
de una marido infiel, sufrió abandono y destierro, y finalmente antes de los 24
años murió. En este caso la pintura fue el camino que me llevó a conocer este
capítulo de la historia.
Hasta el 29 de junio de este año el Stedelijk Museum de Alkmaar
expone decenas de las mejores obras de este pintor, Jacob Cornelisz van
Oostsanen, pertenecientes a colecciones de diversos museos en el mundo y que
por una vez han regresado a su país de origen. Cuadros, dibujos, algunas
vidrieras, tallas en madera, dan a conocer el trabajo del pintor y de algunos
de sus familiares que también ejercieron la pintura. De sus primeros años hay
poco conocido. Se supone que nació en 1475 en Oostzaan, al norte de
Amsterdam. En esta ciudad estableció su
taller de pintura, en el que junto a sus hijos y alumnos convirtió pronto en un
lugar productivo de trabajo que recibía numerosos encargos tanto del interior
como de fuera del país.
La exposición contiene 60 cuadros, 20 grabados, 60 tallas en madera y
dibujos de Jacob Cornelisz, familiares y contemporáneos pintores. El museo ha
cuidado de una manera excepcional la presentación de las obras, la luz en las
salas, el color de los muros y los textos explicativos que acompañan cada
pieza. Yo recomiendo tres de sus obras a todo el que quiera conocer más a fondo
la herencia de este pintor. Las tres destacan por el cuidadoso, preciso y
precioso trabajo del detalle. El primer cuadro, El nacimiento de Cristo, la
adoración de los reyes y la familia Boelen, 1512. Pertenece al Museo di Copodimonte, en Nápoles. En
esta pintura se puede observar como va llegando un cierto cambio en la escuela
flamenca, que terminaría entregándose al clasicismo italiano. Esta
influencia la dictan los detalles ornamentales, los angelitos y un cambio en el
empleo del color. En cuanto al motivo para escoger un tema tan simbólico como
es el nacimiento de Cristo, quizás haya que buscarlo en los conflictos religiosos
de la época en Los Países Bajos. Podemos pensar que lo que vemos es una defensa
de la religión católica que en esos momentos sufría enormes críticas en el
país. De nuevo la historia me conduce
al arte.
Otro de los cuadros es Noli ma tangere, 1507. De una forma
extremadamente sutil y delicada el pintor ha dotado de los más refinados
detalles al cuadro. El manto de brocado, las lágrimas de María Magdalena, lo
expresivo de las figuras y todo lo que completa el fondo del óleo, hizo que me
sintiera ante una verdadera joya de la pintura. No he encontrado ninguna foto
de esta obra que me haga sentir lo que experimenté en su contemplación en el
museo. Sin embargo, después de un reconocimiento técnico con rayos infrarrojos
realizado en cierta ocasión, ha crecido la duda si Van Oostsanen es
verdaderamente el autor. Es curioso, pero yo no me siento defraudada. Lo que
verdaderamente cuenta aquí es la obra, no la historia, no hay duda de que es el
arte lo que despierta la pasión.
Por último, Salomé con la cabeza de Juan Bautista, 1524. Lo primero
que me llama la atención cuando la observo en el museo es el color de la piel
de Salomé. Marmórea, sin una imperfección, afilados rasgos y una sonrisa algo
misteriosa. Atrae la profesionalidad del pintor, su dominio del dibujo y los
pinceles, y al mismo tiempo sientes una repulsa al contemplar la cabeza cortada
y el gesto de dolor que aún podemos ver en los ojos semicerrados. Me fijé en la
sencillez en el tocado y vestido de la princesa, pero si nos detenemos en la fecha
de su ejecución, la influencia renacentista se estaba consolidando.
He destacado estos tres cuadros del pintor holandés Jacob Cornelisz van
Oostsanen, pero toda su obra nos muestra su dominio del arte, su poder de
apreciación y su capacidad por reflejarlo en las telas. Para parte del público
es un desconocido, pero en su tiempo fue un artista admirado, que gozaba de
respeto y mucha fama. Van Oostsanen murió en 1533, sin saber que cuarenta años
depués, en 1573, la iglesia del lugar donde nació, casas y algún molino, serían
incendiados por soldados del país de aquella princesa, infanta de España, que
un día pintó. Es el momento de recuperar el camino del arte y acercarnos a él.