Esforzarse, buscar,
encontrar y no ceder.
Alfred Tennyson
Me gustan los libros de viaje, con preferencia los viajes de exploración en
los siglos XVIII y XIX, que describen las historias de intrépidos viajeros a
tierras lejanas, peligrosas rutas y si son desconocidas, mejor. Me interesan
los relatos personales, los diarios y notas del día a día con los detalles de
los caminos y sendas, encuentros y demás aspectos de los lugares que recorren.
Hay una extensa literatura que describe ese afán impulsivo que ha llevado a
hombres y mujeres a dejar atrás casa y familia y a exponer sus vidas pasando
toda clase de penalidades. Mis preferencias por este género nació en mis años
escolares junto con el amor a la lectura y el descubrimiento de Julio Verne.
Libros como Viaje al centro de la tierra, La vuelta al mundo en
ochenta días y Veinte mil leguas de viaje submarino, entre otros, me
abrieron las puertas a un mundo de viajes y aventuras fantásticas, en parte con
cierto carácter romántico, en mundos conocidos y desconocidos. Más tarde
descubrí la literatura dedicada a la Antártica y a las expediciones a los polos
geográficos, con personajes tan nombrados como Roald Amundsen y Rober
Falcon Scott y otros libros sobre las arriesgadas azañas de escaladores que
persisten en subir a las cumbres de las montañas más altas a pesar de saber que
el peligro estará siempre aguardándoles allá arriba. Para todo hay una ruta y
para cada persona un destino.
Mi destino de hoy es el museo Hermitage en Amsterdam para seguir allí la
ruta trazada por el museo que me llevará, al igual que a aquellas caravanas de
siglos pasados, a recorrer zonas inhóspitas, a cruzar montañas, oasis fértiles,
grandes ciudades y pueblos con nombres casi impronunciables y a visitar
monasterios. Todo esto se hace posible gracias a la exposición que hasta
septiembre estará abierta al público. La colección, tesoros del museo
Hermitage en San Petersburgo, de unos 250 objetos, proviene de trece
excavaciones efectuadas en diferentes lugares de la ruta de la seda, que
se extendía desde China hasta el mar Mediterráneo y que expedicionarios rusos
descubrieron en los siglos XIX y XX. La ruta era en realidad una red de caminos
donde existía un intenso intercambio comercial, también de culturas, religiones
e ideas. Miles de camellos, caballos y bueyes transportaban toda clase de
mercancías, como cristal, oro, plata, cerámica, piedras preciosas, pieles, y
por supuesto seda. De ella, la seda, recibió la ruta su nombre.
La exposición tiene en primer lugar un fuerte carácter arqueológico.
Gracias a las excavaciones resurgieron ciudades perdidas con nombres tan
exóticos como Xian, Lanzhou, llamada ciudad dorada, Dunhuang, Kashgar,
un oasis con la mezquita más grande de China, Samarcanda, Patrimonio de la
humanidad, y otras que, con nombre más familiar, se nos hacen mas cercanas como
Ankara o Estambul, la antigua Constantinopla.
Muchos son los que han viajado por la ruta de la seda, pero el que más me
ha fascinado con sus relatos sobre todo lo visto ha sido Marco Polo. En
realidad, me ha faltado su presencia en esta exposición o por lo menos la
constancia de su nombre unido a la ruta. Entre mis cuentos infantiles que
conservo está una pequeña edición, algo manoseada, que cuenta la historia de un
niño, Marco Polo, que acompañó a sus tíos a China cuando tenía 15 años de edad.
Allí estuvieron 20 años. A su regreso, ya siendo un hombre, se encontró en
medio de una guerra entre Génova y Venecia donde fue hecho prisionero. Durante
su estancia en la cárcel dictó sus memorias a su compañero de celda, Rustichello
de Pisa. Las aventuras que contaba parecían tener más de magia y de ficción
que algo verdaderamente histórico, pero el libro se convirtió en un éxito a
pesar de no existir aún la imprenta en Europa. Mi libro, una edición para
niños, sencilla, pero que fue la llave que me descubrió, junto con Julio Verne,
un mundo increible de aventuras posibles aunque no todo lo que contara fuera
verdad.
http://alenarterevista.net/
1 comentario:
Eran hombres, aventureros, mas que extraordinarios, y con aquellos medios de viaje y tantas carencias, incluso idiomas. Hay una gran herencia que agradecerles. A mi tambien me resulta fascinante el leerles.
Cuando yo tenía unos doce años, y una vez devorados todos los libros de Julio Verne, en la biblioteca de mi padre, leí dos tomos de un coleccionable que él habia encuadernado en su juventud. Se trata de una novela llamada: "La vuelta al mundo de dos pilletes", te aseguro que el 90 % de mis conocimientos de geografía se lo debo a esta publicación. Lo que mis hijos han estudiado por obligación, terminadas sus carreras de letras y ciencias, ni lo recuerdan.
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