Francis Millet

Francis Millet

jueves, 28 de octubre de 2010

Rembrandt y Jan Six, una amistad en Amsterdam


Estos días cuelga en el museo Rijksmuseum de Amsterdam una de las pinturas que está considerada como la más hermosa del siglo XVII. Un caballero elegantemente vestido nos mira desde el fondo oscuro de un lienzo enmarcado. Parece estar a punto de salir a una cita galante; con la cabeza ligeramente inclinada y la mirada algo desinteresada, va poniéndose unos guantes marrones de piel, sin prisas ni inquietudes aparentes. Viste jubón gris -que se usaba para viajar o montar a caballo- y camisa de mangas largas blancas. Sobre sus hombros, algo suelta y como sin ganas, una capa roja con el cuello ribeteado en dorado. ¡Un hombe de mundo! Llama la atención la técnica pictórica empleada, informal -pinceladas con imaginado descuido- y al mismo tiempo, una precisión certera para determinar los detalles, como las huellas dáctilares que el pintor ha dejado en los ojales de la chaqueta. Es lo que hace de este retrato una de las obras más espectaculares mostradas en el museo.



Conocemos al autor, Rembrandt Harmenszoon van Rijn. Sabemos quien era el caballero retratado, Jan Six. Nació en 1618 en el seno de una de las familias más ricas y poderosas de Amsterdam. Tres meses antes de su nacimiento muere su padre, que había hecho fortuna en la industria del paño y de la seda. Disfrutó de una educación minuciosa. Estudió leyes en Leiden. Después de realizar un "grand tour" por Italia, regresa a Amsterdam donde se dedica al estudio, a la poesía, a coleccionar arte y a crear su propia biblioteca. No mucho tiempo después se casa con Margaretha, hija de Nicolaes Tulp*, médico admirado en su tiempo y que le introduce en los círculos del gobierno. Jan Six es nombrado en 1691 alcalde de Amsterdam.


Cuando se firma la "Paz de Westfalia" en 1648, que puso fin a la Guerra de los ochenta años, Los Países Bajos vivían ya su Siglo de oro. Esta nueva situación política contribuyó a afianzar el desarrollo y esplendor en el país y de manera destacada en Amsterdam, que se convertía así en una de las ciudades comerciales más importantes y en el centro bullicioso del arte y de las ciencias. Esto atrajo de manera especial a pintores y arquitectos. Rembrandt había llegado alrededor de 1625 a Amsterdam. Casado con Saskia, su padre era abogado, es aceptado por la burguesía acomodada de la ciudad. Fue inevitable que Jan Six y Rembrandt disfrutaran de una gran amistad. Vivían cerca y tenían interesese comunes. Se conocían ya desde cierto tiempo. Jan Six contaba con tres obras del artista que había comprado años atrás. Anna Wijmer, madre de Jan, había posado para él. Rembrandt hizo también el frontis para la obra de teatro escrita por Six, Medea, y dos bellísimos dibujos para su "Album Amicorum". Así pués, nada más natural que Jan Six fuera el siguiente personaje que inspirara sus pinceles.


La soltura que Rembrandt consigue reflejar en este retrato y la actitud de Jan Six están muy bien estudiados. Nos muestra un caballero con aplomo y saber estar -sprezzatura- como si el hecho de dejarse pintar fuera la cosa más natural del mundo. Con toda seguridad era así, para los que como él pertenecían a la burguesía distinguida. Es lo que vemos en este óleo, un gentleman, un buen militar y jinete, pero también un amante de las artes, que habla sus idiomas.


No tendrás muchas ocasiones de ver este retrato. Desde el siglo XVII es propiedad privada de la familia Six y sólo en contadas ocasiones es cedido para exponerlo al público. Hasta el 29 de noviembre tienes esa oportunidad en el museo Rijskmuseum de Amsterdam. Después Jan Six regresará al hogar de sus mayores.




*Nicolaes Tulp (lección de anotomía, Rembrandt)
*Sprezzatura (Castiglione, Il libro del Cortegiano)

domingo, 3 de octubre de 2010

Vicent van Gogh




Empecé a conocer a Vincent cuanto más tiempo dedicaba a su obra. Sin embargo él sería siempre para mí aquel chico raro, el joven solitario y excéntrico que no supo bien qué hacer con su vida. Había nacido en Zundert, a unos 15 kilómetros de Breda, un lugar de origen algo oscuro que me costó trabajo encontrar, y vivió en su infancia el ambiente calvinista de su casa, lo que no favoreció la relación con su padre. Me parece ver a aquel niño, falto de afecto, desconocedor de lo que le reservaba su corta vida. Ya con 16 años tuvo su primer empleo como vendedor de arte, y quizás sea en estos cuatro años que pasó en La Haya –los más felices y despreocupados que conozca- cuando empieza a interesarse por la pintura. Este período se alarga cuando es trasladado a la sucursal en Londres. Pero no parece que este trabajo le satisfaciera lo suficiente y lo da por terminado. Después de unos intentos de recobrar sus estudios, vuelve por cierto tiempo a casa de sus padres. La vida le tenía reservado otros planes.

He seguido sus pasos desde La Haya a Londres, desde esta ciudad a París y su regreso. Su vuelta definitiva a Francia. He leído las cartas a su hermano Theo, que siempre le apoyó. He observado sus pinturas y aquella obsesión –en sus comienzos- por la religión.Todo con el fin de saber más de él, de buscar explicación a su carácter, de poder comprender qué le hizo seguir el camino que tomó. Tuvo que sentirse muy frustrado al haber vendido sólo un cuadro mientras estaba en vida. Parece como si tuviera un presentimiento cuando dijo: llegará el tiempo en que descubrirán que mis cuadros son más valiosos que lo que he usado en pinturas. Tenía razón Vincent. Ahora, contemplando lo que considero broche final de su primera etapa –"Los comedores de patatas"- siento esa mano del artista, apresurada, poniendo en escena su preocupación por el mundo campesino. Haciendo verdad eso de decir con el pincel lo que no se puede decir en palabras.

Me gusta el Vincent de su época en París, con energías, con ganas de experimentar. Allí conoce a Toulouse-Lautrec, los impresionistas, y otros jóvenes como él que buscaban el triunfo por medio de la creatividad. Ya está olvidado lo oscuro de Nuenen. Es el momento de "Pere Tanguy", del empleo del color, la luz en su pintura, de interesarse por la naturaleza, de la importancia del paisaje. Y su encuentro con Gauguín, que dejará una marca intensa en sus vidas.

Vincent no ha tenido mucha suerte en su relaciones. Varias veces se ha visto rechazado. Enamorado de una joven que no le correspondía, intentó quemarse una mano. Desde entonces sus reacciones son imprevistas, peligrosamente apasionadas. Se ha instalado en Arles, en la "Casa amarilla", donde pinta "Girasoles". Invita a Gauguín. Pero su estancia termina tragicamente cuando después de una discusión e intento de ataque por parte de Vincent, este termina cortándose un trozo de una oreja. Desde ahora vivirá con el temor de perder sus facultades de pintar.

Ante su "Autorretrato" me asaltan las dudas. No es una mirada triste ni desvalida, pero es difícil llegar a saber la realidad de su comportamiento. Él mismo dijo lo mucho que costaba conocerse a sí mismo. En su pintura jugaba tanto con la verdad que la modificaba. Él era alguien que no daba importancia a las mentiras si estas eran más verdaderas que la verdad literal. Era sin lugar a dudas un hombre que sufría extremadamente esa soledad a la que sus circunstancias le habían condenado. Pero ¿fue ésto el motivo de su propia destrucción, o el no ver el éxito deseado? Se marcha a Auvers-sur-Oise. Su mano sigue fuerte y su pincel activo derrochando color y trazos.

Desde su "La noche estrellada" me hablan sus sentimientos. Se rebela el miedo en la intensidad y energía de las pinceladas, en el conflicto intenso de los contrastes. Hay movimiento, agilidad. Curvas y círculos. Se siente la violencia, la rebelión. Pero lo que más impresiona es el silencio. Es como una premonición.

Posiblemente no hay nada ya que pueda detenerlo. Dos días más tarde pone fin a su vida, su hermano Theo no lo abandonará ni un momento. Unos meses más tarde estarán ambos descansando en Auvers-sur-Oise.