Francis Millet

Francis Millet

domingo, 3 de agosto de 2014

Hasta el reino del arte nos llevan muchos caminos





Todos los años se celebra en Alkmaar la victoria ganada a los españoles. El asedio a esta ciudad holandesa en 1573, como castigo a sus preferencias por Guillermo de Orange, duró siete semanas y fue el comienzo del declive del temido duque de Alba. Don Fadrique, hijo del duque, recibió el encargo de terminar con los rebeldes. Rodeados por soldados de los Tercios de Flandes, a los habitantes de Alkmaar no les quedaba otra salida que morir de hambre o de alguna bala de cañón. Pero los españoles no habían contado con el coraje de los holandeses, hombres, mujeres y niños, que se defendieron con cualquier medio que tenían a su alcance, piedras, palos, agua hirviendo y antorchas. Finalmente, y como esto parecía que no daba los resultados apetecidos, rompieron los diques que rodeaban la ciudad. El agua corrió sin límites que la sujetaran, dejando un mar de barro y lodo donde quedó atrapado todo el ejército español. La única salida para Don Fadrique fue la retirada, cosa por la que Felipe II no le quedó agradecido. Existe un cuadro de autor desconocido con una vista del asedio a la ciudad.
Al fondo, Alkmaar, la ciudad sitiada. En primera linea el campamento de los españoles. En una de las tiendas del ejército, unas mesas dispuestas lujosamente para un almuerzo, con manteles, vajillas y cubiertos. Con toda seguridad los altos cargos no pasaban hambre. Aquí la historia se hizo camino para llevarme al arte.

 

Hoy en Alkmaar apenas veo huellas de aquella batalla, excepto una bala de cañón de unos 20 kilos de peso, disparada por los Tercios, y que quedó incrustada en la fachada de una casa, muros con señales de ataques, alguna que otra torre, arcos y puertas de entrada a la ciudad, que en su tiempo fueron reconstruidos. Sin embargo, yo no vengo buscando esa cara de la historia. La ciudad tiene otros atractivos que la hacen interesante, como son los viejos canales, edificios e iglesias, patios y jardines interiores, cafeterías, restaurantes y tiendas, sin olvidar que Alkmaar es conocida por su mercado de quesos con más de cuatro siglos de tradición. Además, yo tengo también una cita en el museo municipal de la ciudad con Jacob Cornelisz van Oostsanen



Mi interés en este artista comienza hace algunos años, en una de mis visitas al Museo del Prado, en Madrid. En una de sus salas me encontré ante uno de sus cuadros, un retrato que se supone muestra a la reina Isabel de Dinamarca, del pintor Jacob Cornelisz van Oostsanen. Siento predilección por este género pictórico y no es extraño que le dedicara mi atención. La pintura data aproximadamente del año 1524, pero la fecha e incluso el nombre de la retratada han sido motivo de divergencia. Lo interesante de este género es que, en cierto modo, es una fuente de información tanto en el aspecto familiar y cultural como en el histórico. Del retrato de la joven reina me atrajo el aspecto de despego y desinterés que me pareció apreciar en su mirada. Nada más natural que buscar otros caminos que me llevaran a saber más de ella. Isabel había nacido en Bruselas y era la tercera hija de Felipe el Hermoso y Juana la Loca. Desde antes de cumplir sus dos años ya se vio separada de sus padres que se marcharon a España. La infanta española creció en los Países Bajos y nunca fue feliz. Nació para ser un instrumento en la política matrimonial de la época. La casaron antes de los 14 años con el rey de Dinamarca, tuvo tres hijos de una marido infiel, sufrió abandono y destierro, y finalmente antes de los 24 años murió. En este caso la pintura fue el camino que me llevó a conocer este capítulo de la historia.

 



Hasta el 29 de junio de este año el Stedelijk Museum de Alkmaar expone decenas de las mejores obras de este pintor, Jacob Cornelisz van Oostsanen, pertenecientes a colecciones de diversos museos en el mundo y que por una vez han regresado a su país de origen. Cuadros, dibujos, algunas vidrieras, tallas en madera, dan a conocer el trabajo del pintor y de algunos de sus familiares que también ejercieron la pintura. De sus primeros años hay poco conocido. Se supone que nació en 1475 en Oostzaan, al norte de Amsterdam.  En esta ciudad estableció su taller de pintura, en el que junto a sus hijos y alumnos convirtió pronto en un lugar productivo de trabajo que recibía numerosos encargos tanto del interior como de fuera del país.

 

La exposición contiene 60 cuadros, 20 grabados, 60 tallas en madera y dibujos de Jacob Cornelisz, familiares y contemporáneos pintores. El museo ha cuidado de una manera excepcional la presentación de las obras, la luz en las salas, el color de los muros y los textos explicativos que acompañan cada pieza. Yo recomiendo tres de sus obras a todo el que quiera conocer más a fondo la herencia de este pintor. Las tres destacan por el cuidadoso, preciso y precioso trabajo del detalle. El primer cuadro, El nacimiento de Cristo, la adoración de los reyes y la familia Boelen, 1512. Pertenece al  Museo di Copodimonte, en Nápoles. En esta pintura se puede observar como va llegando un cierto cambio en la escuela flamenca, que terminaría entregándose al clasicismo italiano. Esta influencia la dictan los detalles ornamentales, los angelitos y un cambio en el empleo del color. En cuanto al motivo para escoger un tema tan simbólico como es el nacimiento de Cristo, quizás haya que buscarlo en los conflictos religiosos de la época en Los Países Bajos. Podemos pensar que lo que vemos es una defensa de la religión católica que en esos momentos sufría enormes críticas en el país.  De nuevo la historia me conduce al arte.

 

Otro de los cuadros es Noli ma tangere, 1507. De una forma extremadamente sutil y delicada el pintor ha dotado de los más refinados detalles al cuadro. El manto de brocado, las lágrimas de María Magdalena, lo expresivo de las figuras y todo lo que completa el fondo del óleo, hizo que me sintiera ante una verdadera joya de la pintura. No he encontrado ninguna foto de esta obra que me haga sentir lo que experimenté en su contemplación en el museo. Sin embargo, después de un reconocimiento técnico con rayos infrarrojos realizado en cierta ocasión, ha crecido la duda si Van Oostsanen es verdaderamente el autor. Es curioso, pero yo no me siento defraudada. Lo que verdaderamente cuenta aquí es la obra, no la historia, no hay duda de que es el arte lo que despierta la pasión.

 

Por último, Salomé con la cabeza de Juan Bautista, 1524. Lo primero que me llama la atención cuando la observo en el museo es el color de la piel de Salomé. Marmórea, sin una imperfección, afilados rasgos y una sonrisa algo misteriosa. Atrae la profesionalidad del pintor, su dominio del dibujo y los pinceles, y al mismo tiempo sientes una repulsa al contemplar la cabeza cortada y el gesto de dolor que aún podemos ver en los ojos semicerrados. Me fijé en la sencillez en el tocado y vestido de la princesa, pero si nos detenemos en la fecha de su ejecución, la influencia renacentista se estaba consolidando.

 

He destacado estos tres cuadros del pintor holandés Jacob Cornelisz van Oostsanen, pero toda su obra nos muestra su dominio del arte, su poder de apreciación y su capacidad por reflejarlo en las telas. Para parte del público es un desconocido, pero en su tiempo fue un artista admirado, que gozaba de respeto y mucha fama. Van Oostsanen murió en 1533, sin saber que cuarenta años depués, en 1573, la iglesia del lugar donde nació, casas y algún molino, serían incendiados por soldados del país de aquella princesa, infanta de España, que un día pintó. Es el momento de recuperar el camino del arte y acercarnos a él.