Francis Millet

Francis Millet

domingo, 27 de febrero de 2011

Rasgos de identidad; Las chicas de Metsu







El arte y los pintores con sus obras se convierten en los mejores embajadores de la historia de un país. Sus obras revelan tiempo y estilo, costumbres y tradiciones que nos dan a conocer los rasgos de identidad de lo que retratan. Así Velázquez nos muestra imágenes de los más variados personajes de una España sumergida en el barroco y en el esplendor de lo artístico. Con Goya vemos un país que se acerca al romanticismo, invadido por los franceses y sufriendo los desastres de una guerra. El arte de entonces es fuente de referencia histórica de nuestro pasado y ayuda a comprender el presente.

Johannes Vermeer es uno de los artistas holandeses que más ha mostrado de la historia y de la gente de Los Países Bajos. Paseando por las calles de Delft me parece estar ante uno de sus óleos, Vista de Delft. Casas, tejados, luces, reflejos en el agua, todo sigue formando parte de su pintura. En realidad todos los pintores del Siglo de Oro holandés han dejado una gran variedad de preciosas escenas de la Holanda de aquella época. Nuestra imaginación puede encontrar muy fácil su camino entre imágenes e interiores de la vida doméstica.

También la mayoría de las obras de Gabriël Metsu tiene como tema central la vida diaria en las más diferentes facetas del tiempo en que vivió. Una muestra de treinta y cinco de sus pinturas, procedentes de museos internacionales y colecciones privadas, estará expuesta hasta el próximo marzo en el Rijksmuseum en Amsterdam. Su trabajo se destaca por la sensibilidad y armonía en los colores y lo preciso de los detalles. Metsu nació en Leiden en 1629 y murió con apenas 37 años. A pesar de su corta vida dejó una importante colección de obras, de las que son conocidas unas ciento treinta.

Gabriël Metsu observa muy de cerca el trabajo de sus contemporáneos como Gerard ter Borch, Jan Steen, Pieter de Hooch, Vermeer, entre otros. Se puede decir que existía inspiración, influencia y un aprecio mutuo. Sin embargo, a pesar de las semejanzas que podemos apreciar con las obras de estos pintores, (Mujer leyendo una carta de Metsu y La carta de Vermeer) hay también marcadas diferencias en la técnica y el estilo. Frente a los interiores plácidos de Vermeer, están las estimulantes imágenes ricas en color y contrastes. Es interesante resaltar su perfeccionismo, y la variedad de los temas que cubren todas las clases sociales.

Cada uno de los cuadros de Metsu es una puesta en escena del acontecer diario en los Países Bajos del siglo XVII. Las composiciones van desde representaciones al aire libre en mercados y calles hasta el interior de casas y palacios. Vemos a jóvenes y ancianos, vendedores ambulantes, taberneros y sirvientas, pobres y necesitados; caballeros, señoras envueltas en terciopelos y sedas, damas que reciben visitas, tapices, cortinas, suelos de mármol, cuadros, instrumentos musicales, detalles que destacan una clase adinerada. Mientras en otros países se introducía el dramatismo religioso en el arte, los holandeses mantenían la sensatez o querían dar muestras de ello.

El conservador del Rijksmuseum, Adriaan Waiboer, dice sentirse enamorado de las chicas de Metsu y estar orgulloso de la exposición (1). Ha conseguido para el museo todas las obras que él quería mostrar. Desde todas partes ha traído cuadros: del palacio de la reina de Inglaterra, de salones, y cocinas y de los cuartos de baño de ricos coleccionistas de arte. Y ésto es ya una misión casi imposible. Todos los propietarios de cuadros tienen una relación especial con cada una de las piezas de su colección, a la que miran cada día y de la que no pueden separarse sin más. Se necesita bastante diplomacia en el trato con estos coleccionistas, y Waiboer ha dado buena muestra de ello.

La exposición ha descubierto a Gabriël Metsu como una persona con talento, con una obra variada y abierta a la influencia de otros artistas. Aunque empezó pintando temas religiosos y algunos bodegones y naturaleza muerta, en sus cuadros tienen un lugar preferente lo anecdótico y romántico de la vida; una jóven leyendo una carta, un mercado, una mujer vendiendo crepes, otra en la cocina, una pareja dedicada a la música, otra pareja desayunando, y tantas otras escenas que también hoy día pueden repetirse. Pero hay un cuadro con un carácter especial: un niño -o niña- enfermo en el regazo de su madre. Nos sorprende la composición, el uso de los colores rojo, azul, grises, marrones y toques de blanco en contraste con la palidez y apatía en el rostro del niño. El óleo nos muestra el amor y la preocupación de una madre ante la enfermedad de su hijo, aunque quizás el artista ha querido que mirásemos más allá de lo que está pintado; en la composición de las imágenes -la actitud de la madre, su mirada hacia el hijo, la manera que lo sostiene- podemos pensar que el pintor nos muestra una Piedad, la madre María con Jesús en sus brazos.

Durante el siglo pasado el nombre de Gabriël Metsu quedó en cierto modo olvidado a la sombra de Rembrandt, Hals o Vermeer. De ahí que sea tan importante esta exposición que ofrece el museo para que de nuevo su nombre y su obra vuelvan a tener el reconocimiento que se merecen.

Hasta el 21 de marzo próximo en el Rijksmuseum en Amsterdam.

 
Publicado en el mes de febrero en:
http://alenarterevista.net/

lunes, 14 de febrero de 2011

El grito


Edvard Munch



Me precipito en la nada,
un paso más allá de las márgenes inertes,
perdida la razón en la soledad indómita de mi piel
donde aparece herido grave el equilibrio
y se hace pedazos el cristal blanco de mis repetidas auroras.
Hay algo más en este abismo desorbitado y áspero
que se enrosca con prisas en mi sangre,
algo más que disfraza de pasiones la implícita demencia,
devenir que descubre el aire terco y árido
de tantas tardes derrotadas,
de tanto fiero y crecido desvarío,
silencio que encharca el corazón y lo proscribe,
imágenes que anegan mis iris de tristezas.
Más tarde intentaré, aterida, despertar el fuego
hasta dejarme arrasar por las silenciadas voces.

jueves, 3 de febrero de 2011

A la carta



Visita al Noordbrabants Museum en Den Bosch. (Los Países Bajos)



Hemos dejado atrás la Navidad, la vorágine de las compras, las uvas y el champán, y con el Roscón de Reyes ponemos fin a un período de fiestas y tradiciones, belenes, villancicos, visitas y regalos. Tampoco debemos olvidar el tiempo que hemos dedicado a comer y a todo el estrés y el trabajo en la cocina. Sin embargo, quizás esto último no sea exclusivo de la Navidad, sino algo que exige nuestra atención con la misma intensidad durante el resto del año; y es que, aunque el comer sea un placer y un medio de afianzar nuestros contactos sociales, nos alimentamos para mantenernos en vida.

La comida -y todo lo relacionado con los alimentos- ha sido durante siglos objeto de deseo en la obra de muchos artistas. El bodegón o naturaleza muerta tiene sus orígenes en la antigüedad. En el interior de las tumbas del antiguo Egipto se han encontrado objetos relacionados con la comida y la vida doméstica que deberían acompañar a los muertos en su viaje al más allá. Aunque en un principio, el bodegón, fue considerado un arte menor, se hizo muy popular a partir del siglo XVII. Luis Meléndez y Francisco de Zurbarán fueron maestros en este género en España.

También en Los Países Bajos el bodegón -que recibió su propio nombre, stilleven, naturaleza tranquila- se destacó en especial por el estilo con que los artistas reflejaban la superficie de un objeto, combinando materiales y texturas hasta alcanzar un perfecto realismo en sus composiciones. Especialista en este género, al que se dedicó casi exclusivamente, fue Willem Claesz Heda (Haarlem, 1594). Muestra de su trabajo es el óleo Naturaleza muerta con pieles doradas.

Esta combinación de la comida y el arte se encuentra estos días en el Noordbrabants Museum en Den Bosch en la provicia de Brabante del Norte en Holanda: bacanales, piezas de caza, escenas bíblicas, objetos de adorno y retratos. La exposición A la C’Arte, el arte de la comida es un viaje de descubrimiento culinario de la mano de artistas como Frans Snijders, Pyke Koch, David Teniers, Josef Israels, entre otros, y a través de tres temas que unen el comer y el arte: ingredientes, comidas y símbolos. Al mismo tiempo, cocineros con estrellas muestran en textos e imágenes como preparan fantásticos y deliciosos platos inspirados por los cuadros que cuelgan en los muros del museo, una humeante bandeja de pata de ciervo, liebre y tórtola asada, nabos, arenques, jugosas cerezas. Sin lugar a dudas no faltaba comida en el Siglo de Oro holandés.

Los bodegones -stillevens- en el museo dan a conocer lo abundante de las comidas y los variados ingredientes a través de los tiempos. Puesto de fruta y verduras en el mercado de Jan-Baptiste de Saive (1597) es un ejemplo de esa abundancia de productos. En el pasado eran las comidas celebradas con familiares o amigos el momento más adecuado para mostrar a los demás quién eras y tu posición en la sociedad. La familia sentada a la mesa -óleo de la Escuela holandesa (aprox. 1610) y de autor desconocido- hace una buena demostración de ello: rica y lujosa vestimenta y sobre el mantel los más suculentos platos; la bebida tampoco falta. En los cuadros del siglo XVII se ostentaba de una manera detallada con platos llenos de exóticos ingredientes, en un ambiente exclusivo, con una brillante cubertería de plata, limpios manteles y el impecable vestir de los compañeros de mesa. Es el idioma simbólico que nos da a conocer orígenes, identidad y clases sociales de las imágenes representadas.

Del siglo XIX es El almuerzo de Henri de Braekeleer; estilo aún sensible a los elementos del entorno y las tradiciones. Pero en el arte moderno hay una mayoría que se inclina más por la experiencia individual y el tratamiento de los alimentos en sí. Holger Niehaus, fotógrafo alemán, registra con su cámara los detalles para proyectar la naturaleza muerta en una personal composición. Hoy día todo lo relacionado con los productos de alimentación -y objetos de uso diario- se integran en el proceso de creación artística en sugestivas imágenes. Marcel Duchamp -quizás el primero en este género artístico- y Salvador Dalí hicieron uso de esta estrategia.

Navidad quedó atrás y con ella los excesos en turrones y demás seductores de las papilas gustativas. Nunca como en este período del año nos entregamos al consumo y al goce de la comida. Un hecho que va desde una celebración íntima hasta un compromiso de empresa o de amigos, desde una reunión familiar hasta un acontecimiento social. El comer presentado como costumbre y tradición, más que una necesidad física. Sin embargo, nada ha impedido dejarme seducir por el lenguaje culinario de los artistas presentes en la exposición: fruta, verdura, caza, aves, pescados, mariscos, pasteles, dulces y bebidas espirituosas, en un maridaje sugestivo de imágenes y espacios. Así a través de sus pinceles he presenciado las costumbres y el trabajo en la cocina, he asistido a fiestas y banquetes y he conocido las reglas y la etiqueta en la mesa; vajillas y cristal acompañan con su presencia el menú de estos artistas. La comida y el comer, todo transformado en objeto creativo.

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