Francis Millet

Francis Millet

domingo, 3 de agosto de 2014

Hasta el reino del arte nos llevan muchos caminos





Todos los años se celebra en Alkmaar la victoria ganada a los españoles. El asedio a esta ciudad holandesa en 1573, como castigo a sus preferencias por Guillermo de Orange, duró siete semanas y fue el comienzo del declive del temido duque de Alba. Don Fadrique, hijo del duque, recibió el encargo de terminar con los rebeldes. Rodeados por soldados de los Tercios de Flandes, a los habitantes de Alkmaar no les quedaba otra salida que morir de hambre o de alguna bala de cañón. Pero los españoles no habían contado con el coraje de los holandeses, hombres, mujeres y niños, que se defendieron con cualquier medio que tenían a su alcance, piedras, palos, agua hirviendo y antorchas. Finalmente, y como esto parecía que no daba los resultados apetecidos, rompieron los diques que rodeaban la ciudad. El agua corrió sin límites que la sujetaran, dejando un mar de barro y lodo donde quedó atrapado todo el ejército español. La única salida para Don Fadrique fue la retirada, cosa por la que Felipe II no le quedó agradecido. Existe un cuadro de autor desconocido con una vista del asedio a la ciudad.
Al fondo, Alkmaar, la ciudad sitiada. En primera linea el campamento de los españoles. En una de las tiendas del ejército, unas mesas dispuestas lujosamente para un almuerzo, con manteles, vajillas y cubiertos. Con toda seguridad los altos cargos no pasaban hambre. Aquí la historia se hizo camino para llevarme al arte.

 

Hoy en Alkmaar apenas veo huellas de aquella batalla, excepto una bala de cañón de unos 20 kilos de peso, disparada por los Tercios, y que quedó incrustada en la fachada de una casa, muros con señales de ataques, alguna que otra torre, arcos y puertas de entrada a la ciudad, que en su tiempo fueron reconstruidos. Sin embargo, yo no vengo buscando esa cara de la historia. La ciudad tiene otros atractivos que la hacen interesante, como son los viejos canales, edificios e iglesias, patios y jardines interiores, cafeterías, restaurantes y tiendas, sin olvidar que Alkmaar es conocida por su mercado de quesos con más de cuatro siglos de tradición. Además, yo tengo también una cita en el museo municipal de la ciudad con Jacob Cornelisz van Oostsanen



Mi interés en este artista comienza hace algunos años, en una de mis visitas al Museo del Prado, en Madrid. En una de sus salas me encontré ante uno de sus cuadros, un retrato que se supone muestra a la reina Isabel de Dinamarca, del pintor Jacob Cornelisz van Oostsanen. Siento predilección por este género pictórico y no es extraño que le dedicara mi atención. La pintura data aproximadamente del año 1524, pero la fecha e incluso el nombre de la retratada han sido motivo de divergencia. Lo interesante de este género es que, en cierto modo, es una fuente de información tanto en el aspecto familiar y cultural como en el histórico. Del retrato de la joven reina me atrajo el aspecto de despego y desinterés que me pareció apreciar en su mirada. Nada más natural que buscar otros caminos que me llevaran a saber más de ella. Isabel había nacido en Bruselas y era la tercera hija de Felipe el Hermoso y Juana la Loca. Desde antes de cumplir sus dos años ya se vio separada de sus padres que se marcharon a España. La infanta española creció en los Países Bajos y nunca fue feliz. Nació para ser un instrumento en la política matrimonial de la época. La casaron antes de los 14 años con el rey de Dinamarca, tuvo tres hijos de una marido infiel, sufrió abandono y destierro, y finalmente antes de los 24 años murió. En este caso la pintura fue el camino que me llevó a conocer este capítulo de la historia.

 



Hasta el 29 de junio de este año el Stedelijk Museum de Alkmaar expone decenas de las mejores obras de este pintor, Jacob Cornelisz van Oostsanen, pertenecientes a colecciones de diversos museos en el mundo y que por una vez han regresado a su país de origen. Cuadros, dibujos, algunas vidrieras, tallas en madera, dan a conocer el trabajo del pintor y de algunos de sus familiares que también ejercieron la pintura. De sus primeros años hay poco conocido. Se supone que nació en 1475 en Oostzaan, al norte de Amsterdam.  En esta ciudad estableció su taller de pintura, en el que junto a sus hijos y alumnos convirtió pronto en un lugar productivo de trabajo que recibía numerosos encargos tanto del interior como de fuera del país.

 

La exposición contiene 60 cuadros, 20 grabados, 60 tallas en madera y dibujos de Jacob Cornelisz, familiares y contemporáneos pintores. El museo ha cuidado de una manera excepcional la presentación de las obras, la luz en las salas, el color de los muros y los textos explicativos que acompañan cada pieza. Yo recomiendo tres de sus obras a todo el que quiera conocer más a fondo la herencia de este pintor. Las tres destacan por el cuidadoso, preciso y precioso trabajo del detalle. El primer cuadro, El nacimiento de Cristo, la adoración de los reyes y la familia Boelen, 1512. Pertenece al  Museo di Copodimonte, en Nápoles. En esta pintura se puede observar como va llegando un cierto cambio en la escuela flamenca, que terminaría entregándose al clasicismo italiano. Esta influencia la dictan los detalles ornamentales, los angelitos y un cambio en el empleo del color. En cuanto al motivo para escoger un tema tan simbólico como es el nacimiento de Cristo, quizás haya que buscarlo en los conflictos religiosos de la época en Los Países Bajos. Podemos pensar que lo que vemos es una defensa de la religión católica que en esos momentos sufría enormes críticas en el país.  De nuevo la historia me conduce al arte.

 

Otro de los cuadros es Noli ma tangere, 1507. De una forma extremadamente sutil y delicada el pintor ha dotado de los más refinados detalles al cuadro. El manto de brocado, las lágrimas de María Magdalena, lo expresivo de las figuras y todo lo que completa el fondo del óleo, hizo que me sintiera ante una verdadera joya de la pintura. No he encontrado ninguna foto de esta obra que me haga sentir lo que experimenté en su contemplación en el museo. Sin embargo, después de un reconocimiento técnico con rayos infrarrojos realizado en cierta ocasión, ha crecido la duda si Van Oostsanen es verdaderamente el autor. Es curioso, pero yo no me siento defraudada. Lo que verdaderamente cuenta aquí es la obra, no la historia, no hay duda de que es el arte lo que despierta la pasión.

 

Por último, Salomé con la cabeza de Juan Bautista, 1524. Lo primero que me llama la atención cuando la observo en el museo es el color de la piel de Salomé. Marmórea, sin una imperfección, afilados rasgos y una sonrisa algo misteriosa. Atrae la profesionalidad del pintor, su dominio del dibujo y los pinceles, y al mismo tiempo sientes una repulsa al contemplar la cabeza cortada y el gesto de dolor que aún podemos ver en los ojos semicerrados. Me fijé en la sencillez en el tocado y vestido de la princesa, pero si nos detenemos en la fecha de su ejecución, la influencia renacentista se estaba consolidando.

 

He destacado estos tres cuadros del pintor holandés Jacob Cornelisz van Oostsanen, pero toda su obra nos muestra su dominio del arte, su poder de apreciación y su capacidad por reflejarlo en las telas. Para parte del público es un desconocido, pero en su tiempo fue un artista admirado, que gozaba de respeto y mucha fama. Van Oostsanen murió en 1533, sin saber que cuarenta años depués, en 1573, la iglesia del lugar donde nació, casas y algún molino, serían incendiados por soldados del país de aquella princesa, infanta de España, que un día pintó. Es el momento de recuperar el camino del arte y acercarnos a él.


 



 


 

 

martes, 1 de julio de 2014

La moda, el arte y el papel

 
 

 

 

Para el diseñador de ropa su obra es arte y en sus creaciones transmite el espíritu del tiempo, conviertiéndolo en una tendencia a la que llaman moda, un conjunto de prendas de vestir y accesorios que nos identifica y diferencia del resto. Lo que en un principio estaba destinado a proteger del frío y otras inclemencias del tiempo al hombre primitivo, fue adquiriendo formas y estilos, continuando su desarrollo determinado por los cambios culturales, económicos y políticos e imponiendo reglas que marcan una época o una clase social. Apenas hay conocimiento de lo que usaba el hombre en la prehistoria para cubrirse, ni tampoco el material empleado, pero con toda seguridad serían las pieles de los animales que cazaba para su alimentación. Se empieza a tener más detalles de la vestimenta a partir de la Edad Media. Se descubren otros materiales y nuevos métodos para su elaboración, pero es en el Renacimiento con una industria textil en auge, cuando se elaboran además ricas y lujosas prendas que quedan reservadas para los reyes, nobles y la burguesía adinerada. A partir de aquí se puede hablar ya de moda y calificarla de arte.

 

Decía Yves Saint Laurent, diseñador francés, que la moda no es arte, pero que era necesario un artista para crear moda. Sin embargo, su trabajo mostraba lo contrario. El diseñador, que poseía una extensa colección de pinturas y fue el primero en exponer sus modelos en un museo, trabajó con Dior y, más tarde, tuvo su propia casa de modas, con el lego YSL. Curiosamente, para algunas de sus creaciones se inspiró en la obra del pintor holandés Piet Mondriaan, conocido por sus pinturas de líneas negras y colores primarios, en la de Pablo Picasso y en la de Georges Braque. También otros pintores como Vincent van Gogh y Gustav Klimt sirvieron de inspiración a distintos diseñadores.

 
Isabelle de Borhgrave es una artista belga que también se ha inspirado en el arte pictórico para realizar su colección, que se expone hasta el 15 de junio en el museo de Breda. Maniquíes de tamaño natural que representan personajes de la dinastía Médici y su entorno, visten modelos de la época realizados en papel pintado y estampado a mano. La artista se ha basado en los cuadros de pintores del siglo XV hasta el XVIII. Sus creaciones dan muestra de un gran conocimiento del traje histórico, ya que no existen otros ejemplos para su reconstrucción en papel, que los que están pintados en los cuadros. El tratado del papel es un trabajo refinado, que precisa de una gran dedicación y conocimiento, con cuidado del detalle. Los resultados son verdaderamente asombrosos y no se diferencian del modelo original.

 





Los personajes parecen recobrar vida por el arte mágico del papel. Ropa, joyas, zapatos, todo en papel, realzan el poder y la riqueza de esta familia de banqueros que dio tres papas a la Iglesia, amantes de las artes y la arquitectura. Uno de los trajes que se exponen es el de Leonor Álvarez de Toledo. Estaba casada en 1539 con Cosimo I de Médici, duque de Florencia. Siempre me he sentido atraída por el retrato que hizo de ella y de su hijo Giovanni el pintor Agnolo Bronzino. El traje expuesto en el museo es una copia exacta del que está pintado en el retrato, precioso y regio vestido de satén blanco bordado y con adornos trenzados en terciopelo marrón y negro. Una redecilla de oro le cubre los cabellos y se adorna con dos collares de perlas, realizado todo en papel hasta los más mínimos detalles. Este maravilloso traje está relacionado con una historia muy singular, aunque hay dudas sobre ello. En unas excavaciones tres siglos después de su muerte, en 1857, se encontró el lugar de enterramiento de Leonor que había muerto bastante jóven al enfermar de malaria. Su cuerpo fue identificado por los restos del vestido hallado en la tumba y que correspondía exactamente al que muestra en el retrato de Bronzino. Además de Leonor y su marido Cosimo hay otros miembros de la familia y personajes importantes de su entorno, que vestidos con la elegancia de la corte de entonces muestran el poder y la riqueza de los Médici.

 

El taller de Isabelle de Borchgrave está en Elsene, cerca de Bruselas. El trabajo es el de una gran diseñadora. Nos ofrece acceso a su mundo de fantasía e imaginación que ella interpreta a través del papel de una manera delicada y elegante, atrayendo a todos los que estamos interesados en la historia y en el arte.

 
 

 

 


 

domingo, 8 de junio de 2014

El arte en imágenes

 


 

El arte en total no es una creación inútil de objetos que se deshacen en el vacío, sino una fuerza útil que sirve al desarrollo y a la sensibilización del alma humana.

Vasili Kandinsky, De lo espiritual en el arte.

 

Para mi propuesta de este mes he cambiado las tierras de Rubens en Vermeer por las de Pablo Picasso, Holanda por una Málaga que estos días de abril huele a incienso y a primavera y está llena de imágenes y de luz, bandas de música y cera derretida en las calles. Sin embargo, este bullicio inicial tiene también sus lugares de oasis donde encuentras otra luz y colores diferentes e igualmente imágenes que merecen una visita.

 

A unos 2500 kilómetros del Rijksmuseum de Amsterdam está la entrada al Centro Contemporáneo de Málaga. Las amplias salas de este edificio, del arquitecto Rafael Moneo, acogen las nuevas tendencias del arte desde la mitad del siglo XX. Estos días y hasta el 22 del próximo junio alberga en ellas la primera exposición en España del artista, pintor, escultor y diseñador, KAWS, Brian Donnelly, norteamericano y precursor del movimiento Arts & Toys. Son sólo seis grandes esculturas en madera tratada, de una altura aproximada de dos metros y una tonelada de peso. Estas figuras, que conocemos del mundo de los dibujos animados, como Mickey Mouse y Pinocho, tienen el toque personal del artista en los gestos y expresiones. La escultura principal, Final Days, se distingue de las demás con una altura de seis metros y un diámetro de más de tres, que con un peso de diez toneladas consigue un efecto imborrable. Tan enorme es esta escultura que ha dado problemas su instalación en el interior del museo. El traslado hasta el edificio se realizó en un trailer de 18 metros y en piezas, la cabeza pesa cinco toneladas, y se han añadido diez pilares en la planta baja para que el suelo de la sala no se venciera.

 

Fueron necesarios dos días para montar este juguete. En realidad es lo que ha hecho este artista, transformar esos juguetes infantiles en inmensas obras en madera o bronce. Según palabras del artista no importa que tengan treinta centímetros o que midan más de siete metros. Es divertido, dice KAWS, pensar que cuando trabajo en una pieza de gran formato en bronce o en madera se llame escultura, pero si hago la misma obra en pequeño tamaño y de plástico entonces se llama juguete. La verdad es que cuando visitamos la exposición nos sentimos pequeños, como niños, entre estas gigantescas figuras.

 

Cambio de lugar y de espacio, del arte contemporáneo en un edificio de los años 40 al arte africano en el barroco tardío del siglo XVIII del edificio del Palacio Episcopal. Junto a la catedral está este edificio, toda una manzana, que dedica las cinco salas de la planta baja a albergar una colección de arte africano de más de 150 piezas donadas a la diócesis malagueña por el matrimonio madrileño Alonso-Arellano. Agrupadas por temas nos muestran lo artístico y lo religioso de las diferentes culturas africanas, figuras de terracota, objetos de culto, hierro y bronce, música y danza. La exposición se completa con obras de artistas españoles contemporáneos como Luciano Díaz-Castilla, Magda Boluma, Oleaga, Carlos Cuenllar, entre otros, con clara influencia africana.

 

El Palacio tiene dos patios. El primero de ellos, en la parte pública del edificio, está rodeado de las cinco salas destinadas a la exposición y el segundo tiene el frente abierto con balcones a su alrededor en dos plantas, donde se encuentran las habitaciones privadas del prelado. En este patio podemos ver también una altísima palmera que con toda seguridad busca salir a la luz por encima de los tejados. Este pensamiento me hace desear salir de la ciudad, buscar el aire y la luz, los colores y por supuesto otras imágenes.

 

Estas imágenes las encontré en la Sierra de las Nieves, en plena serranía de Ronda, provincia de Málaga y llevan el nombre de Pinsapo, un abeto muy longevo que puede vivir hasta 400 años y alcanzar una altura de 30 metros. Para crecer necesita unas condiciones de humedad que la sierra puede ofrecerle. Con una altitud de 1900 metros aproximadamente hace que los vientos procedentes del mar descarguen su humedad en forma de lluvia y nieblas y lo mismo ocurre cuando durante el invierno está cubierta de nieve. Circunstancias ideales para estos bosques de abetos. Ahora hace calor, pero el trayecto hasta la cumbre se hace llevadero por la sombra que protege las sendas. Las únicas que buscan el sol son unas ágiles lagartijas a quienes les molesta nuestra presencia. Hay numerosas familias de pajarillos que no se dejan ver pero que anuncian con algarabía su presencia. Veo pozos, neveros, donde años atrás conservaban la nieve caída en el invierno hasta hacerse hielo, para después, en el verano, llevarla en bloques a los pueblos vecinos. Veo plantas de las que no conocía el nombre, otros árboles, el Quejigo, también centenario, encinas, alcornoques, y veo, al fondo, a un lado Ronda, pueblecitos blancos, y al otro lado el mar, tan lejos y al mismo tiempo cerca. Para mí también todo esto es arte.

 

jueves, 1 de mayo de 2014

La ruta de la seda



 

Esforzarse, buscar, encontrar y no ceder.

Alfred Tennyson

 

Me gustan los libros de viaje, con preferencia los viajes de exploración en los siglos XVIII y XIX, que describen las historias de intrépidos viajeros a tierras lejanas, peligrosas rutas y si son desconocidas, mejor. Me interesan los relatos personales, los diarios y notas del día a día con los detalles de los caminos y sendas, encuentros y demás aspectos de los lugares que recorren. Hay una extensa literatura que describe ese afán impulsivo que ha llevado a hombres y mujeres a dejar atrás casa y familia y a exponer sus vidas pasando toda clase de penalidades. Mis preferencias por este género nació en mis años escolares junto con el amor a la lectura y el descubrimiento de Julio Verne. Libros como Viaje al centro de la tierra, La vuelta al mundo en ochenta días y Veinte mil leguas de viaje submarino, entre otros, me abrieron las puertas a un mundo de viajes y aventuras fantásticas, en parte con cierto carácter romántico, en mundos conocidos y desconocidos. Más tarde descubrí la literatura dedicada a la Antártica y a las expediciones a los polos geográficos, con personajes tan nombrados como Roald Amundsen y Rober Falcon Scott y otros libros sobre las arriesgadas azañas de escaladores que persisten en subir a las cumbres de las montañas más altas a pesar de saber que el peligro estará siempre aguardándoles allá arriba. Para todo hay una ruta y para cada persona un destino.

 

Mi destino de hoy es el museo Hermitage en Amsterdam para seguir allí la ruta trazada por el museo que me llevará, al igual que a aquellas caravanas de siglos pasados, a recorrer zonas inhóspitas, a cruzar montañas, oasis fértiles, grandes ciudades y pueblos con nombres casi impronunciables y a visitar monasterios. Todo esto se hace posible gracias a la exposición que hasta septiembre estará abierta al público. La colección, tesoros del museo Hermitage en San Petersburgo, de unos 250 objetos, proviene de trece excavaciones efectuadas en diferentes lugares de la ruta de la seda, que se extendía desde China hasta el mar Mediterráneo y que expedicionarios rusos descubrieron en los siglos XIX y XX. La ruta era en realidad una red de caminos donde existía un intenso intercambio comercial, también de culturas, religiones e ideas. Miles de camellos, caballos y bueyes transportaban toda clase de mercancías, como cristal, oro, plata, cerámica, piedras preciosas, pieles, y por supuesto seda. De ella, la seda, recibió la ruta su nombre.

 
Fue casi a finales del siglo XIX cuando las expediciones de Inglaterra, Japón, Alemania y Rusia descubrieron las grandes ciudades, monasterios, grutas, que habían permanecido hasta entonces ocultas bajo tierra en toda la zona a lo largo de la ruta. Además de lo arquitectónico que estaba sepultado se han encontrado también esculturas, imágenes, joyas y pinturas de un gran valor artístico. Entre las pinturas murales se expone una de aproximadamente nueve metros de largo, que está considerada como la joya de la exposición, que representa a uno de sus dioses luchando con animales salvajes. Esta pintura de 1300 años de antigüedad, proviene del palacio real en Varakhsha, hoy día Uzbekistán. Es la primera vez que sale del museo en San Petersburgo, y podrá ser admirada durante seis meses en Amsterdam. Sin embargo, uno de los objetos que yo destacaría es un kaftán en seda, forrado de piel de ardilla, que con unos 1200 años de existencia parece haber salido recientemente de las manos de los tejedores. Por supuesto no está permitido fotografiarlo, tampoco el resto de lo que se encuentra en las salas, pero puedo apreciar aún la intensidad y brillo del tejido, su calidad y textura. Esta es una de las piezas que parece tener vida propia.

 






La exposición tiene en primer lugar un fuerte carácter arqueológico. Gracias a las excavaciones resurgieron ciudades perdidas con nombres tan exóticos como Xian, Lanzhou, llamada ciudad dorada, Dunhuang, Kashgar, un oasis con la mezquita más grande de China, Samarcanda, Patrimonio de la humanidad, y otras que, con nombre más familiar, se nos hacen mas cercanas como Ankara o Estambul, la antigua Constantinopla.

 

Muchos son los que han viajado por la ruta de la seda, pero el que más me ha fascinado con sus relatos sobre todo lo visto ha sido Marco Polo. En realidad, me ha faltado su presencia en esta exposición o por lo menos la constancia de su nombre unido a la ruta. Entre mis cuentos infantiles que conservo está una pequeña edición, algo manoseada, que cuenta la historia de un niño, Marco Polo, que acompañó a sus tíos a China cuando tenía 15 años de edad. Allí estuvieron 20 años. A su regreso, ya siendo un hombre, se encontró en medio de una guerra entre Génova y Venecia donde fue hecho prisionero. Durante su estancia en la cárcel dictó sus memorias a su compañero de celda, Rustichello de Pisa. Las aventuras que contaba parecían tener más de magia y de ficción que algo verdaderamente histórico, pero el libro se convirtió en un éxito a pesar de no existir aún la imprenta en Europa. Mi libro, una edición para niños, sencilla, pero que fue la llave que me descubrió, junto con Julio Verne, un mundo increible de aventuras posibles aunque no todo lo que contara fuera verdad.







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jueves, 20 de febrero de 2014

A ti

Rogelio de Egusquiza
 
 
 
 
Una palabra sola, desnuda, frágil, se desliza entre mis labios cincelando impredecibles deseos en la piel. Dirigida a ti que me ofreces tu espacio en un tiempo de íntimos ritmos, de búsqueda insaciable, extenso paisaje de profundidad azul. Un instante preciso, un momento creado y mi palabra, que silenciosa entre las tuyas, trata de encontrar su propio sonido, transparente y eterno, hasta descifrar el enigma de la voz.
 


 

domingo, 16 de febrero de 2014

El arte necesita su tiempo



 
 
 
 
Rijksmuseum Twenthe, Enschede (Holanda)
 
No hace mucho me reconcilié con los artistas que emplean nuevas tecnologías para crear arte. Entendí que la finalidad de este género artístico es la comunicación interactiva entre el público y las obras. La clave para un buen entendimiento es entender su lenguaje y dedicarle más tiempo. Sin embargo, esto no es tan fácil como parece y aunque Platón consideró el arte como el idioma que todas las naciones comprenden, éste tiene una gramática con tan difíciles acentos que te hacen notar algo más que confusión. Desde luego que me sentí a veces confusa, pero también interesada y asombrada al visitar la exposición de Bart Hess, artista holandés. La verdad es que fui al museo sin otros propósitos que dejarme sorprender por la obra de quien, según sus palabras, quizás forma parte de una nueva clase de artistas para la que aún no hay nombre.
 
Emile Zola escribió que el Arte es la naturaleza vista a través de un temperamento, y en el arte de este jóven artista no hay lugar a duda que hay mucho de un temperamento indagador e inquieto, que nos hace ver el carácter de sus obras más allá de los límites impuestos por reglas y tradiciones. En la entrevista concedida a la revista del museo, habla de otro posible mundo que él imagina, un mundo donde la técnica hace fundir juntos cuerpos y objetos y donde lo humano y lo animal se mezclan creando nueva vida, siendo la naturaleza y la técnica su fuente de inspiración. Bart Hess experimenta con el material que emplea, consiguiendo los más extremos resultados. Una de sus obras expuestas es un tapíz hecho con 20 kgs. de alfileres, algo verdaderamente espectacular. Desde lejos parece un tejido suave, que puedes acariciar, pero si te acercas te das cuenta de que no va a ser muy agradable rozarlo con la mano.
 
Algo instintivo en él, según sus palabras, es indagar el cuerpo humano. Sus creaciones determinan la relación entre el cuerpo y los materiales, pero es el cuerpo el que hace que el material se exprese. Desde esta perspectiva hay que buscar lo lógico en su trabajo. Latex, plástico, goma de mascar, metal, tejidos, son, entre otros materiales, sus herramientas de trabajo. Su especial manera de manipular y fundir los materiales con la piel humana da resultados extraordinarios. Prueba de ello es el conocido traje realizado para Lady Gaga, Slime Dress, en un material viscoso y resbaladizo, que se adaptaba al cuerpo de la artista marcando su silueta. Otra de sus creaciones son unos zapatos negros que hacen sentir la realidad de que estás ante un ser vivo. No son zapatos de quitar y poner sino que crecen con el cuerpo y forman parte de él,  y al igual que éste respiran y palpitan, tienen vida. El material, silicona y plástico, ha sido manipulado hasta conseguir el aspecto de la piel de un animal que no podemos identificar. Francamente inquietante.
 
Bart Hess define a sus obras como enérgicas y expresivas, aunque también confiesa que tienen en ocasiones su lado oscuro y asfixiante. No sé si habrá un nombre para este género de arte, tampoco el artista lo conoce, pero de lo que no hay duda es que lo que él hace nos acerca a un futuro sugestivo de fantasía, que nos desconcierta y atrae, pero que no deja a nadie indiferente. Será necesario tiempo para llegar a entenderlo completamente.
 
 
 

domingo, 12 de enero de 2014

Trampantojo, o el arte de ver lo que no es

 
 


 
 
 


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Los artistas holandeses fueron los primeros en sentirse deslumbrados por la belleza de los cielos y dejar constancia con sus pinceles. En sus pinturas los cielos juegan un papel tan importante como la tierra y el agua, situando en segundo lugar al hombre y a la arquitectura. La luz y el agua son dos elementos primordiales en la composición de los paisajes del Siglo de Oro holandés, como ya nos descubrieron pintores como Van Goyen, Ruisdael y Vermeer. El escritor francés Edmond de Goncourt nombra a Holanda en su diario un país anclado, donde la luz brilla como si fuera filtrada a través de una botella de cristal llena de agua salada. Por el contrario, el filósofo Hypolite Taine escribía que el horizonte holandés tiene poco que ofrecer. Los perfiles son suaves, adormecidos y borrosos por la presencia continua de la neblina que siempre cuelga en el aire. Lo que domina son los detalles. Así, una vaca pastando es un detalle en medio de otros detalles. Hay que observar los matices y valorar los contrastes. Quizás sea esta diferencia en opiniones lo que hizo surgir el mito de la luz en la pintura holandesa.

 

Sin embargo, me preguntaba esta mañana cuando me dirigía en tren a Den Bosch, en la provincia de Brabante del Norte, si todo lo que muestra la luz te hace ver o sentir la verdad de lo que está ante tus ojos. A través de la ventana del vagón se presentaba un paisaje brillante, iluminado por un cielo azul, limpio de nubes. Los campos ordenados, moteados de granjas, caballos y alguna que otra vaca, el brillo del agua en los canales y acequias de riego en los que nadaban placenteramente diferentes aves, acentuaban el carácter veraniego a toda la composición. Nada más lejos de la realidad. Estábamos a finales de noviembre y ya el invierno se imponía con temperaturas escasas y un viento que hacía llorar. Guantes, bufandas y gorros eran imprescindibles. Estaba claro que había caído en la trampa que me tendía el paisaje, haciéndome ver lo que no era.

 

En el arte esto se conoce con el nombre de trampantojo, del francés trompe-l'oeil, una ilusión óptica que los artistas crean con especiales técnicas, perspectiva, luz y sombra, para confundir la vista y hacer que lo que vemos con los ojos lo interprete el cerebro de manera diferente. Una manera de jugar con el expectador. Maurits Cornelis Escher es uno de los más conocidos artistas en este género, que con inteligente estilo y precisión geométrica nos asombra con sus imaginadas, e imposibles, construcciones. Artistas holandeses del Siglo de Oro como Cornelis Jacob Biltius, Johannes Leemans y Cornelis Gijsbrechts, al igual que algunos de sus colegas más modernos, son verdaderos maestros en el placer de engañar y provocarnos un agradable desconcierto, como podemos experimentar en la exposición que se puede visitar hasta el 26 de enero del próximo año, en el Noordbrabant Museo, en Den Bosch. Cada uno de los objetos y cuadros que se exponen tienen algo extraño que te hacen mirarlo repetidamente. Una de las pinturas es un óleo de grandes dimensiones, de Cornelis Biltius, probablemente hecho por encargo para ser colgado en algún pabellón de caza. Los animales recién cazados parecen colgar muertos de una manera tan real que te produce un cierto desasosiego.

 

La colección del museo ocupa las dos plantas del edificio, que fue residencia del antiguo Gobierno Militar. Tiene una colección que abarca el arte, la cultura y la historia de la provincia de Brabante del Norte, pero es su programa de grandes y pequeñas exposiciones lo que le da popularidad. Una de ellas es la dedicada a Lita Cabellut, artista catalana residente en los Países Bajos. Trilogía de la duda, cinco inmensos trípticos sobre el poder, la injusticia y la ignorancia y una serie de retratos, titulados Mujeres fuertes, Coco Chanel, Frida Kahlo, Anne Frank, Madame Curie, Madre Teresa y Billie Holiday. Mujeres que ponen imágen a la compasión, la valentía y el sacrificio. Esta monumental obra puede también hacernos caer en la trampa. Observando su técnica, la expresividad y tamaño de las figuras, la atención puesta en los trajes, los fuertes trazos, la intensidad del color y el brillo de lacas y barnices, sentimos el impulso de olvidar el lado frágil y oscuro de la vida. Y desde luego no es esto la intención de la artista.