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Los artistas holandeses fueron los primeros en sentirse deslumbrados por la
belleza de los cielos y dejar constancia con sus pinceles. En sus pinturas los
cielos juegan un papel tan importante como la tierra y el agua, situando en
segundo lugar al hombre y a la arquitectura. La luz y el agua son dos elementos
primordiales en la composición de los paisajes del Siglo de Oro holandés, como
ya nos descubrieron pintores como Van Goyen, Ruisdael y Vermeer. El escritor francés
Edmond de Goncourt nombra a Holanda en su diario un país anclado, donde la
luz brilla como si fuera filtrada a través de una botella de cristal llena de
agua salada. Por el contrario, el filósofo Hypolite Taine escribía que el
horizonte holandés tiene poco que ofrecer. Los perfiles son suaves, adormecidos
y borrosos por la presencia continua de la neblina que siempre cuelga en el
aire. Lo que domina son los detalles. Así, una vaca pastando es un detalle en
medio de otros detalles. Hay que observar los matices y valorar los
contrastes. Quizás sea esta diferencia en opiniones lo que hizo surgir el
mito de la luz en la pintura holandesa.
Sin embargo, me preguntaba esta mañana cuando me dirigía en tren a Den
Bosch, en la provincia de Brabante del Norte, si todo lo que muestra la luz te
hace ver o sentir la verdad de lo que está ante tus ojos. A través de la
ventana del vagón se presentaba un paisaje brillante, iluminado por un cielo
azul, limpio de nubes. Los campos ordenados, moteados de granjas, caballos y
alguna que otra vaca, el brillo del agua en los canales y acequias de riego en
los que nadaban placenteramente diferentes aves, acentuaban el carácter
veraniego a toda la composición. Nada más lejos de la realidad. Estábamos a
finales de noviembre y ya el invierno se imponía con temperaturas escasas y un
viento que hacía llorar. Guantes, bufandas y gorros eran imprescindibles.
Estaba claro que había caído en la trampa que me tendía el paisaje, haciéndome
ver lo que no era.
En el arte esto se conoce con el nombre de
trampantojo, del francés trompe-l'oeil, una ilusión óptica que los artistas
crean con especiales técnicas, perspectiva, luz y sombra, para confundir la
vista y hacer que lo que vemos con los ojos lo interprete el cerebro de manera
diferente. Una manera de jugar con el expectador. Maurits Cornelis Escher
es uno de los más conocidos artistas en este género, que con inteligente estilo
y precisión geométrica nos asombra con sus imaginadas, e imposibles,
construcciones. Artistas holandeses del Siglo de Oro como Cornelis Jacob
Biltius, Johannes Leemans y Cornelis Gijsbrechts, al igual
que algunos de sus colegas más modernos, son verdaderos maestros en el placer
de engañar y provocarnos un agradable desconcierto, como podemos experimentar
en la exposición que se puede visitar hasta el 26 de enero del próximo año, en
el Noordbrabant Museo, en Den Bosch. Cada uno de los objetos y cuadros que se
exponen tienen algo extraño que te hacen mirarlo repetidamente. Una de las
pinturas es un óleo de grandes dimensiones, de Cornelis Biltius,
probablemente hecho por encargo para ser colgado en algún pabellón de caza. Los
animales recién cazados parecen colgar muertos de una manera tan real que te
produce un cierto desasosiego.
La colección del museo ocupa las dos plantas del
edificio, que fue residencia del antiguo Gobierno Militar. Tiene una colección
que abarca el arte, la cultura y la historia de la provincia de Brabante del
Norte, pero es su programa de grandes y pequeñas exposiciones lo que le da
popularidad. Una de ellas es la dedicada a Lita Cabellut, artista
catalana residente en los Países Bajos. Trilogía de la duda, cinco
inmensos trípticos sobre el poder, la injusticia y la ignorancia y una serie de
retratos, titulados Mujeres fuertes, Coco Chanel, Frida Kahlo,
Anne Frank, Madame Curie, Madre Teresa y Billie Holiday. Mujeres que ponen
imágen a la compasión, la valentía y el sacrificio. Esta monumental obra puede
también hacernos caer en la trampa. Observando su técnica, la expresividad y
tamaño de las figuras, la atención puesta en los trajes, los fuertes trazos, la
intensidad del color y el brillo de lacas y barnices, sentimos el impulso de
olvidar el lado frágil y oscuro de la vida. Y desde luego no es esto la
intención de la artista.