Tenían anunciado tormentas, fuertes lluvias, vientos huracanados y no sé
cuantos desastres más, pero cuando salí de casa había promesas de verano en el
cielo azul. Con temperaturas de casi 19 grados, no me sentía muy dispuesta a
meterme en un museo y perderme un tiempo tan excepcional en Holanda en este
recién estrenado mes de mayo. Pero la suerte estaba echada ya, y el tren que me
llevaba a Utrecht llegaba a la estación. Me gusta esta ciudad, no es la primera
vez que la visito. Con sus más de 330.000 habitantes, con la univerdad más
grande del país, su colegios mayores, con un centro antiguo histórico, calles y
canales, resulta muy interesante. Ideal para pasear en un día de luz que realza
más el perfil de los edificios, los monumentos y las iglesias.
Sin embargo, en esta ocasión no iban a detenerme el ambiente de la ciudad
ni el atractivo de su arquitectura. Un sentimiento de curiosidad me guiaba
hasta el museo Catharijneconvent y su actual exposición, El secreto de la
Edad Media en oro y seda. Con ella da a conocer el resultado de las
investigaciones sobre la elaboración y los métodos de conservación y
restauración de los paramentos sacerdotales, legado religioso. También
nos hacen ver el trabajo conjunto e interdisciplinario entre los artistas del
bordado, escultores y pintores.
Pocas veces pensamos en el textil como uno de los más valiosos patrimonios
artísticos de la Baja Edad Media. Sin embargo, la vestimenta litúrgica puede
considerarse una de las más ricas propiedades que poseen las iglesias y los
conventos. Ese valor viene dado por el material empleado, los costes del
trabajo y la calidad artística. El interior de la iglesia, considerada como la
Casa de Dios, debía mostrar su grandeza, y lo más bonito no era suficientemente
bueno, Deo optimo maximo. Muchas ciudades de entonces mostraban un
aspecto grisáceo, enrarecido y en muchos lugares olía mal, contrastando con el
interior de las iglesias y su olor a incienso, decoradas con cuadros, imágenes
y pinturas murales e iluminadas por la luz que entraba por los vitrales y la de
las centelleantes velas reflejadas en los ornamentos de plata. Los asistentes a
los actos religiosos, en descoloridos atuendos, se sentían sin lugar a dudas
impresionados por las especiales y coloridas vestiduras de los sacedotes, las
sedas, los bordados y, no menos importante, el uso del latín que consideraban
como algo secreto y misterioso. No me extraña que una visita a la iglesia, en
aquel tiempo, fuera una experiencia impresionante. En la colección del museo se
encuentran tres cuadros, tres representaciones de una misa gregoriana,
que dan una imagen del ambiente, vestimenta y usos de la iglesia durante un
servicio religioso. Este era un tema muy popular en la pintura a finales del
siglo XV y principios del XVI.
El museo Catharijneconvent posee una de las más importantes colecciones del
mundo de paramentos sacerdotales de la Baja Edad Media. Al contrario de
lo que ocurrió con las imágenes, estas vestiduras religiosas pudieron salvarse
de la destrucción durante el movimiento iconoclasta, sencillamente guardadas en
casas de familias católicas. La mayoría de estos paramentos era de brocado en
oro y terciopelo. Telas importadas de Italia y Asia, costosas por el material y
por la técnica especial de tejido y el tiempo empleado, eran unicamente
accesibles para los más ricos. Cuando estas telas llegaban a Los Países Bajos,
se transformaban en vestiduras religiosas. Una vez preparadas se adornaban con
franjas bordadas en seda e hilos de oro, cruces y escudos con escenas de la
Biblia o de la vida de los santos. Según está detallado en algunos documentos,
el diseño era hecho por pintores. Después de pasarlo a lino, llegaba a las
manos del trabajador del bordado, una labor en general realizada por hombres,
llamados también acupictores, pintores con aguja. Para darnos cuenta del
inmenso y trabajoso esfuerzo podemos calcular el tiempo que necesitaban para
terminar una de las piezas si sabemos que tardaban una semana completa para
bordar una figura de unos diez por diez centímetros. Con el uso y el tiempo
estas vestiduras religiosas se desgastan. Al ser telas muy valiosas, se
reparaban y se modernizaban como en el caso de algunas capas que se cortaron de
largo o se varió la forma. Algunos paramentos se deshacían para volver a
unirlos después. A veces puede ser difícil conocer como era la pieza en su
estado original.
El museo ha adaptado la luz en las salas para proteger lo delicado de
las telas y los bordados, y aunque se puede observar con bastante facilidad
hasta el más pequeño detalle, es algo que exige mucha dedicación y tiempo.
Necesité unas tres horas para darle toda la atención a cada pieza de la
exposición, capas pluviales, casullas, dálmatas, franjas, fragmentos de telas
bordadas, diversos objetos y también algunos cuadros relacionados con el tema.
Viendo todo esto siento admiración por aquellos anónimos artesanos que crearon
un arte tan bello, algo único que ha estado oculto y que ahora he tenido la
posibilidad de ver.