Francis Millet

Francis Millet

viernes, 2 de marzo de 2012

Retrato de un estilo de vida alegre y descarada

Banquete de los arcabuceros



Pareja bailando




Si pensamos en la Holanda del siglo XVII vemos a un país aún en rebeldía, pero ya en sus últimos años de lucha por conseguir su independencia y liberarse del poder central en Madrid. También la Iglesia llevaba ya algún tiempo en guerra. El movimiento de reforma había traído el protestantismo, que encontró su arraigo en los territorios del norte holandés mientras que los católicos quedaban en el sur. Los protestantes calvinistas, sobrios y obstinados en su resistencia e impulsados por las necesidades que sufrían y por el odio hacia los privilegios que gozaba el clero, hicieron desaparecer toda mística religiosa limpiando de imágenes, obras de arte, pinturas y otros inecesarios lujos en abadías, conventos e iglesias. Ya nada distraía la atención de los feligreses.

Sin embargo, no todo fueron conflictos. Aunque la contienda duró ochenta años, hubo sus momentos de calma e intrigas, alianzas, asedios y treguas, y desde principios del siglo empezó a notarse un cambio en la situación a favor de las provincias holandesas. Las ciudades crecieron y la industria y el comercio se incrementaron desde que en 1602 se estrableció la Compañía holandesa de las Indias Orientales, la sociedad mercantil más grande y poderosa de su época, que se hizo con el monopolio del comercio entre Europa y Asia. Desde este momento comienza un tiempo de prosperidad que da lugar a lo que será llamado el siglo de oro holandés.

Con el desarrollo económico crece también el interés por las ciencias, la literatura y las artes. Los holandeses fomentaron en gran manera sus preferencias por la pintura. La burguesía adinerada disfrutaba de enormes fortunas y vivía en grandes casas señoriales. Tenía dinero de sobra para rodearse de productos de lujo con los que poder competir en su rango social. Un modo de hacerse notar era la adquisición de obras de arte, muebles, tapices y porcelana. Los cuadros eran también algo muy deseado como objeto decorativo. La pintura estaba al alcance de la clase media, dejó de ser un privilegio de los más ricos, aunque los grandes maestros estaban reservados para la élite. En casi todas las casas disponían de suficientes cuadros para cubrir las paredes. La pintura dejó de ser un privilegio de los más ricos y así creció un mercado intenso y variado de este género.

El arte de la pintura en la Holanda del siglo XVII se destaca por su realismo y exactitud, aunque no sólo el carácter y la técnica son los determinantes de su difusión sino la enorme cantidad de obras que se realizaron en ese período. Rembrandt es un ejemplo de esa fertilidad. Muchos pintores se especializaron en un determinado estilo, bodegones, paisajes, vistas de una ciudad, retratos, escenas de la vida diaria social y familiar. Este último género alcanzó una gran popularidad en el siglo de oro holandés. Artistas como Jan Steen pintaron escenas de la vida del hombre corriente en alegres y sencillas representaciones como fiestas campesinas, escenas caseras y familiares. Obras que dan una imagen realista de la vida, pero que también encierran una crítica sobre las reglas de comportamiento y los chiflados que no hacen caso de ellas.

La vida en el siglo XVII no parece que haya sido aburrida. Tanta prosperidad, tanta riqueza tuvo como resultado una vida más alegre de fiestas y celebraciones, que les dió la reputación de saber festejar y beber como nadie. El museo Frans Hals en Haarlem nos invita a acercarnos, de una manera divertida, a ese tiempo a través de unas cincuenta telas que forman la exposición El siglo de oro celebra fiesta. Desde los burgueses acomodados hasta los campesinos más pobres, todos celebraban esa época de bienestar y desarrollo. Las clases altas querían, junto a sus raíces calvinistas, presumir de sus riquezas y encargaban retratos que los representaran con fastuosidad y poder. El caballero sonriente es un precioso retrato del pintor Frans Hals; aunque su postura es seria y distinguida, la sonrisa del caballero suaviza su condición.

Junto a imágenes elegantes de fiestas en jardines, reuniones musicales y banquetes están las escenas de bailoteo, de beber y de vociferar de la clase más popular de la población; reuniones en el entorno familiar, festines, ferias, carnavales, escenas en los mesones, ebrios campesinos con los pantalones sin abrochar que bailan con los brazos en el aire, otros tirados por los suelos con la ropa en desorden, damas danzando con elegancia, aristócratas en históricos trajes. Mary Stuart, princesa de Orange, está retratada para asistir a una baile de máscaras como una princesa india del Amazona, con un manto de plumas de ibis, perlas y un turbante de grandes plumas y piedras preciosas; un jóven negro a su lado le da un tinte exótico a esta mascarada. Interesante contraste en un país en plena fiebre calvinista.

No son de extrañar estos disfraces. En realidad en todas estas obras se muestra una doble moral. De un lado el distanciamiento de las clases altas de los comportamientos pueblerinos y groseros y al mismo tiempo la envidia hacia la libertad y los excesos con que la clase baja podía comportarse en fiestas y celebraciones. Aquel que quiere burlar las reglas tendrá que hacerse pasar por un labrador y mezclarse con el pueblo. En Pareja bailando de Jan Steen vemos al poeta Lucas Rotgans, Amsterdam 1625-1679, en una fiesta campesina; su pareja es la hija de un regente. Ambos están vestidos de labriegos y hacen como si no se conocieran. Jan Steen, Richard Brakenburgh, Frans en Dirck Hals, Jan Molenaer, Cornelis Dusant, muestran en sus pinturas el jolgorio y lo descarado de esas fiestas; en los detalles encontramos la diversión.

Ya cuando nuestros cuerpos empiezan sentir el cansancio de tantos festejos nos encontramos con los restos de un lujoso banquete. Sobre el mantel varios candelabros de plata, vasos a medio llenar, garrafas de vino, jarras volcadas, bandejas de cristal con algunos trozos de pan, queso, ostras. Hay fruta esparcida por la mesa y servilletas arrugadas y en el suelo algunos cubiertos que quedaron caídos. Los oficiales de la Compañía de San Jorge acaban de dar buena cuenta a este opíparo almuerzo.

La exposición deja ver otro lado de la Holanda trabajadora del siglo XVII, la cara alegre, la gente que va de fiesta y que además se desenfrena. Pero esto lleva a un montón de excesos que también tienen su lugar en las telas, como son ligar, bailar, beber y vomitar. En realidad algo que es de todos los tiempos.

Publicado en el mes de febrero de Alenarte:

4 comentarios:

ANTONIO CAMPILLO dijo...

siempre es delicioso leerte, Pilar. Tu gran erudición sobre temas poco conocidos y la claridad expositiva son loables.
En este caso, "un estilo de vida alegre y descarada" se nos descubre entre el asombro y la sonrisa.

Un gran abrazo, querida Pilar.

Carmen dijo...

Pilar, muy interesante. Sobre todo el recuperar un poco de la historia olvidada desde los tiempos del instituto. Bss.

fgiucich dijo...

Una hermosura!!! Abrazos.

Syr dijo...

Creo que este género o movimiento hay que ponerlo en relación con el hecho de que, a partir de 1610, aproximadamente, surgen los llamados "maestros menores" que, independientemente de los grandes clientes aristocráticos y burgueses, cubren las necesidades de una clase media que trata de vivir el confort del desarrollo rápido de la sociedad holandesa de la época. Así, en el círculo de Frans Hals, estaría su discípulo Van Ostade y su hermano Isaack( kermeses y tabernas), Seghers, que tan influyente sería en la pintura de Rembrandt, Ostade, Bega, Dusart, Van Goyen, Hobbema, Heem, Kalf o Van Bayeren... Pero, sin duda, también creo como tú, que el "hostelero de Leyden", JAN STEEN concierta en su pintura el espíritu de reuniones familiares, de abigarrados grupos coplejos y disposiciones en diagonal, reflejo de una época idílica para aquella generación holandesa.

Saludos